viernes, 29 de junio de 2018


“No quiero vivir sin el III Reich”, la oleada de suicidios de alemanes que terminó de masacrar la Alemania de 1945:

Alemania nazi, 1945. La presión de los aliados va reduciendo a marchas forzadas la extensión del territorio controlado por Hitler y sus seguidores. Una vez reconquistados los territorios extranacionales (Polonia, Francia, Hungría, Bélgica…) los atónitos alemanes, que habían rozado la gloria poco tiempo atrás, empiezan a contemplar como sus fronteras históricas están siendo sobrepasadas por las fuerzas militares aliadas (principalmente por las tropas soviéticas) que marchan a un ritmo desenfrenado con un claro objetivo, tomar Berlín y apresar a Hitler.

Los restos del afamado ejército del III Reich van replegándose incapaces de contener tal avance por falta de medios, de coordinación y del necesario apoyo de la aviación, totalmente neutralizada por esas fechas. La falta de efectivos obliga a las autoridades alemanas a reclutar a niños y ancianos veteranos de la I GM para que empuñen las armas en defensa de su patria atacada. Aunque la resistencia germana es feroz, la superioridad militar rusa se impone, conquistando de forma continuada un objetivo tras otro.

Son muchos los habitantes de los territorios que van sucumbiendo al avance soviético los que optan por poner fin a sus vidas en previsión de una supuesta represión de los invasores, bien por haber pertenecido al partido nazi bien por el simple hecho de ser alemán, ya que el aparato propagandístico hitleriano se había encargado de advertir a sus conciudadanos sobre el peligro que se cernía sobre sus cabezas, con la finalidad de motivarlos hasta el límite para intentar conseguir todavía una imposible victoria en el conflicto. Asimismo, les habían aconsejado que, antes de caer prisioneros del “desalmado y vengativo ejército rojo” (no hay que olvidar que en la “Operación Barbaroja” que pretendía la invasión de la URSS por parte de los alemanes habían perecido casi veinte millones de soviéticos), se quitasen honrosamente la vida, para lo cual habían distribuido las Juventudes Hitlerianas entre sus conciudadanos miles de cápsulas de cianuro para cuando llegase el trágico momento.

 Los métodos utilizados para lo que ello llamaban “seblstmord” (auto-asesinato) fueron muy variados: desde los más sencillos como ahorcamientos en los árboles, saltos al vació en puentes, seccionamiento de venas con cuchillas de afeitar, … hasta los más elaborados como la utilización de estas cápsulas de cianuro de potasio, el cual no es mortal por sí mismo pero sí cuando reacciona con los ácidos estomacales al convertirse en cianuro de hidrógeno.

Aunque en su momento las fuerzas ocupantes facilitaron una cifra oficial de suicidios, estudios posteriores han demostrado que fueron muchos más los casos no contabilizados, por lo que podríamos estar hablando de decenas de miles de vidas sacrificadas por un ideal a lo largo del territorio alemán. Quiero destacar un par de ejemplos que tuvieron una repercusión mundial por las circunstancias especiales de sus protagonistas:

- La ciudad de Demmin, situada en el noroeste de Alemania, tuvo el triste honor de albergar el mayor suicidio en masa jamás registrado en Alemania. Hay que indicar que era uno de los mejores feudos de los nazis, donde obtuvieron uno de los mayores apoyos ciudadanos en las elecciones de 1933, convertirse en un importante centro de abastecimiento de oficiales y soldados para el ejército alemán, vista su gran implicación.

A finales de abril de 1945, cuando las tropas del 65º ejército soviético llegaron a sus inmediaciones y sintiéndose desamparados por la retirada tanto de los soldados como de la policía y dirigentes del partido, empezaron los suicidios. La decepción de los más fanáticos por ver cómo se hundía a sus pies ese deseado imperio de la esvástica junto al miedo tras los primeros saqueos, violaciones y ejecuciones llevadas a cabo por los soldados de Stalin, propiciaron el histerismo en masa que desencadenó la tragedia. Familias enteras se suicidaron en los primeros días de mayo. Al tratarse de una población rodeada por los cauces de varios ríos, un gran número optaron por el ahogamiento para poner fin a esa pesadilla que estaban viendo. Muchas madres, tras asesinar a sus hijos, se arrojaban al río con grandes piedras atadas con cuerdas a sus cuellos, conformando un paisaje infernal donde multitud de cuerpos y sus pertenencias quedaron flotando sobre la superficie hasta varias semanas después en que consiguieron recuperar todos los restos humanos enterrándolos en fosas masivas. El historiador Florian Huber, narra en su libro titulado “Hijo, prométeme que te vas a disparar” una muestra de lo vivido en aquellas fechas en esta población, recuperando los testimonios de los escasos supervivientes que, tras la caída del Muro de Berlín, pudieron contar libremente lo acontecido en este triste episodio ya que, durante la dominación soviética, fue un tema tabú totalmente desaconsejado. De una población de alrededor de 15.000 habitantes, se estima que más de 2.000 se suicidaron en esos días. Actualmente, un monumento ubicado sobre las fosas comunes rinde homenaje a lo sucedido en 1945.

- El caso de la familia Goebbles. Paul Joseph Goebbels, político alemán que ocupó el cargo de ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, fue uno de los colaboradores más cercanos a Hitler. Tras el suicidio del führer el 30 de abril de 1945 y ante la negativa de los militares rusos a aceptar una tregua, Paul y Magda Goebbels, decidieron poner fin a sus días y a los de sus seis hijos. Para ello, solicitaron a un dentista de las SS (Helmunt Kunz) que inyectase una dosis de morfina a cada uno de los niños para que quedasen inconscientes y poder así suministrarles una ampolla de cianuro (escena reproducida con gran realismo en el film “El Hundimiento”, dirigida por Oliver Hirshbiegel en 2004).

Tras confirmar el fallecimiento de los seis menores, marido y esposa abandonaron el búnker de Hitler y se suicidaron en el jardín de la Cancillería (varios tiros acabaron con sus vidas), tras lo cual, soldados alemanes, siguiendo indicaciones previas de Goebbles, prendieron fuego a los cuerpos con la intención de incinerar los restos, cosa que no llegaron a conseguir en su totalidad.  

No puedo terminar esta narración sin indicar la dureza de los hechos acaecidos aquí narrados que nos hacen replantearnos hasta dónde llega el adoctrinamiento o el convencimiento del ser humano respecto a unas creencias o idearios, cómo el aspecto psicológico se brinda a la manipulación interesada para conseguir cerrar todas las opciones posibles y dejar únicamente la que le pueda interesar al manipulador.

El 19 de abril del 2015, salió publicado un artículo en el diario El País titulado “Cuando las madres tiraban al río a sus hijos”, el cual guardé en mi archivo y ha sido el inspirador de estas líneas que termino de escribir, del que siempre recordaré una frase relatada por una de las supervivientes de Demmin  (de seis años en aquel momento) que pronunció su hermano dirigiéndose a su desesperada madre y que seguramente salvó a los dos niños de terminar ahogados en el dantesco río Peene que estaban observando horrorizados, con sus aguas teñidas de rojo por la sangre de los incontables cuerpos que flotaban en la superficie: “Mamá, nosotros no, ¿verdad?”. Espeluznante.

 
                                    - juancarl 20/18 -



 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario