martes, 12 de junio de 2018


La última carga de la caballería mongola, ¿el mayor error estratégico de las II GM?:

Musino (URSS), 17 de noviembre de 1941. El ejército alemán avanza imparable hace Moscú. Los soviéticos liderados por Stalin, son conscientes de la transcendencia en el devenir del conflicto que tendría la caída de la capital, por lo que vuelcan todos sus medios, tanto materiales como humanos, en su defensa. Entre las tropas desplazadas se encuentran las divisiones mongolas y siberianas provenientes del extremo oriente de la nación soviética, afamadas por el vigor y el espíritu combativo de sus componentes.

Sobre el paisaje nevado los soldados del III Reich ocupan posiciones elevadas donde han colocado estratégicamente su artillería. Alrededor de las diez de la mañana de este frío día, los vigías nazis detectan movimiento de las tropas rusas parapetadas en la espesa masa boscosa situada a unos tres kilómetros de sus posiciones. Tres tanques rusos (T-34S) se aproximan por el terreno helado en solitario (sin infantería).  Pronto son recibidos los disparos procedentes de los cañones antitanques ubicados próximos al pueblo.

Pocos instantes después, los alemanes contemplan con asombro como se incorporan al ataque ruso diversos escuadrones de caballería pertenecientes a la 44ª División de Caballería Mongola, conformando dos gigantescas líneas de avance. Los sables de los oficiales silban en el aire mientras los destellos del sol reflejado en el acero imprimen un toque surrealista a la acción. En su carga al galope baten la nieve y el suelo con los cascos de sus caballos los cuales galopan en formación cerrada.

Tan pronto alcanzan la ubicación necesaria para quedar al alcance de la artillería alemana, cae sobre ellos una lluvia de proyectiles disparados con la 3ª Batería del 107º Regimiento de Artillería de la 106ª División de Infantería alemana. Estos proyectiles, de alto poder explosivo, que impactan entre los escuadrones siembran la desolación entre los atacantes: las esquirlas hacen pedazos tanto a caballos como a sus jinetes.

Sorprendentemente, aniquiladas las fuerzas mongolas del primer ataque, se inicia una segunda oleada procedente también de los bosques con soldados que, habiendo visto el triste final de sus compañeros, no dudan en cumplir las órdenes recibidas cabalgando desesperados hacía su perdición. Los alemanes aplastan este segundo ataque todavía de forma más rápida que el primero. Tan sólo un pequeño grupo de treinta jinetes montando pequeños y rápidos caballos cosacos logran superar la denominada muralla de la muerte, siendo pronto abatidos por los disparos de la ametralladora de cobertura.

En un suspiro, la ofensiva rusa ha sido neutralizada por parte alemana con un balance de bajas muy desigual: dos mil soldados mongoles (con sus respectivos caballos) permanecen sobre la fría nieve teñida de sangre, la mayor parte fallecidos. Por parte alemana, ni un hombre ha resultado herido (aunque en la obra pictórica que adjunto aparece un alemán tendido en el campo de batalla, siendo invención del aparato propagandístico ruso para lavar la imagen de tan desafortunada acción).

Cuando la infantería alemana contraatacó avanzando hacia la zona boscosa, lo hizo sin disparar ni un solo tiro, contemplando horrorizados la dantesca escena tras la masacre y prestando ayuda a los pocos heridos que se encontraron.

Esta fue la última vez que un batallón de caballería participó en una batalla. Dos mil vidas perdidas fueron necesarias para entender que combatir a caballo con el sable en la mano ya no era efectivo en el siglo XX, que las reglas de la guerra habían cambiado de forma drástica tras la I GM (principalmente por la aplicación de los avances tecnológicos) y que la expresión tristemente famosa de “ser carne de cañón” no reportaría jamás ningún tipo de recompensa bélica.

                                                                                  - juancarl 20/18-
 



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