viernes, 6 de abril de 2018

“Revolución del Petróleo”, cuando el concepto de huelga general llegó a España:

Alcoy (Alicante), julio 1873. Centro industrial de la producción textil española, la ciudad de Alcoy albergaba por esas fechas un movimiento asociacionista obrero desconocido hasta el momento, el cual aspiraba a conseguir una mejora en la vida de los asalariados industriales, los cuales, vivían y trabajaban en pésimas condiciones. 

Respecto a la vivienda, la ciudad, superpoblada, les ofrecía en la mayoría de las ocasiones habitáculos húmedos y oscuros de reducidas dimensiones que debían dar cobijo a familias completas sin mínimas condiciones de salubridad. Respecto al trabajo en las industrias, las jornadas laborales eran interminables (entre 12 y 16 horas al día) tanto para adultos como para niños (estos últimos, empezaban a trabajar a los 6 años si eran varones y de los 8 si eran féminas, cobrando una quinta parte de salario que los adultos). 

A raíz del Congreso de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores) celebrado en enero de ese mismo año en Córdoba, se traslado a Alcoy la sede de la Comisión Federal de la AIT en España, lo que alentó el asociacionismo obrero en la población. La patronal, para contrarrestar esas instituciones obreras reivindicativas, patrocinó la fundación del Círculo Católico de Obreros, el cual actualmente sigue existiendo.

Desde varios meses atrás, los trabajadores alcoyanos empezaron a demandar la reducción de la jornada laboral a 8 horas diarias y el incremento de un 20% de los ínfimos salarios que percibían. Distintas manifestaciones y asambleas se fueron celebrando previas a las fechas de la revuelta, sin conseguir resultado alguno, ya que la patronal no manifestaba intención de atender dichas demandas.

El 7 de julio, tras una asamblea de trabajadores que tuvo lugar en la plaza de toros de la población (hoy desaparecida), acordaron declarar una huelga general para el día siguiente. Solicitaron la intermediación del alcalde de la población para intentar convencer a los patronos y poder así evitar tomar la medida, pero no se consiguió. Durante la jornada del martes 8 de julio, unas 10.000 personas secundaron la huelga general convocada pero no hizo cambiar en su parecer a la patronal, la cual veía desproporcionadas las demandas planteadas. El propio alcalde dictó un bando municipal pidiendo que se evitasen las violencias, el cual dejó defraudados a los obreros.

Tras el fracaso de la medida y alentados por los dirigentes locales de la AIT, en la mañana del día 9 de julio una comisión de los obreros se reunió con el alcalde en el consistorio para demandarle que dimitiese y cediera el bastón de mando a los dirigentes obreros. Durante la reunión, unos 2000 asalariados esperaban impacientes las noticias congregados en la plaza central de la población, situada frente al Ayuntamiento. Dirigentes obreros iban transmitiendo las novedades sobre lo tratado en la sede municipal a sus compañeros agolpados en dicha plaza.

Ante la inquietud manifiesta de los congregados tras horas de espera y las malas noticias que recibían de lo que se estaba tratando de puertas hacia adentro, los guardias municipales, siguiendo órdenes del la alcaldía, procedieron a dispersar la concentración recurriendo al uso de la fuerza ante la negativa de los obreros a abandonar sus posiciones, llegando a disparar sus armas reglamentarias contra la multitud, causando dos fallecidos y varios heridos.

La masa obrera, viendo la situación, reaccionó construyendo barricadas en los accesos a la plaza y tomando las armas para hacer frente a las fuerzas del orden. Una vez abandonaron la casa consistorial los dirigentes obreros, se cerraron las puertas para evitar que los exaltados pudiesen acceder permaneciendo en las instalaciones el alcalde con un número importante de guardias municipales. Desde el campanario de la Iglesia de Santa María, situado también en la misma plaza, un grupo de guardias  municipales tomaron posiciones para hacer frente a los amotinados parapetados en las barricadas, estableciéndose un intenso fuego cruzado entre ellos. 

La situación era tensa, el alcalde esperaba la llegada de los refuerzos militares solicitados telegráficamente el mismo día de la huelga general al gobernador de Alicante D. José Mª Morlius, consciente que no podría resistir mucho tiempo con los medios de que disponía. Los obreros, además de asediar la plaza desde las barricadas, tomaron las calles de la población deteniendo a un gran número de propietarios de industrias y gente acaudalada a la que fueron exigiendo para su liberación un rescate que ayudó a sufragar a los huelguistas. Además, incendiaron varios locales industriales y viviendas utilizando para ello petróleo (lo que daría nombre a su revolución), cuyo olor característico se percibió durante varios días por toda la ciudad, según relatarían testigos de los hechos.

Nos vamos a detener un momento para profundizar en la figura del alcalde, cargo ocupado en aquellas fechas por Agustín Albors Blanes (Alcoy, 1822-1873), político español también conocido como “el Pelletes” y miembro del Partido Republicano Federal, el cual proclamó la Primera República Española en la ciudad, siendo en dos ocasiones nombrado alcalde de la misma. En su última etapa, desde febrero de 1873, parece ser que al haber perdido apoyos dentro de su propio partido por discrepancias de actuación había manifestado su intención de dimitir del cargo, cosa que no llegó a suceder, quizás por la precipitación de los hechos y de su propio final.

Tras veinte horas de asedio y el incendio de las construcciones colindantes con la Casa Consistorial, el día 10 de julio los sitiados capitularon y permitieron el acceso de los amotinados al edificio. Los apenas diez guardias municipales que se habían hecho fuertes en el campanario, al quedarse sin munición, también decidieron entregarse. 

La multitud tomó el Ayuntamiento, terminando con la vida tanto del alcalde como de algunos de los agentes municipales. Y aquí las crónicas narran dos versiones distintas: una relata que Agustín Albors, cuando se vio rodeado en estancias municipales, hizo uso de su pistola siendo abatido por los amotinados. La otra que durante  las horas de asedio, y con la intención de buscar una vía de escape al sitio y al fuego, empezaron a taladrar los muros que separaban el edificio municipal de las viviendas colindantes, llegando a cruzar toda la manzana, siendo localizado y asesinado en su huída. La cuestión es que, una vez muerto, el cuerpo del alcalde fue arrastrado para el disfrute de la enaltecida multitud por las principales calles de la ciudad cual trofeo, sufriendo todo tipo de mutilaciones (tal como indica su propia lápida funeraria).

Rápidamente cogió las riendas de la gestión de la ciudad un Comité de Salud Pública presidido por Severino Albarracín, miembro de la Comisión de la Internacional, que detentó el poder durante tres días has que el 12 de julio las tropas enviadas por el gobierno se aproximaron a la población. Durante esos días fueron detenidos un número importante de empresarios acusados de haber disparado contra los manifestantes, siendo liberados una vez restituido el orden público. Una comisión de los sublevados acudieron a negociar para la entrada pacífica de las tropas en Alcoy, proponiendo el desarme voluntario de los obreros, la retirada de las barricadas y la entrega del control al general Velarde (que lideraba el contingente) a cambio de evitar represalias. Esa misma noche los cabecillas de la sublevación abandonaron la ciudad refugiándose en Madrid (donde después serían juzgados y encarcelados) entrando el día 13 de julio el general Velarde con sus tropas en la ciudad rendida sin encontrar resistencia. Cabe señalar que la tardanza en la llegada de los refuerzos solicitados desde Alicante a Alcoy (apenas separadas por 50 km) parece ser que fue debida al temor del general Velarde a que sus hombres se pasasen a los revolucionarios.

Poco duraron las tropas en la ciudad, ya que fueron reclamadas de urgencia para desplazarse hasta Cartagena, donde acababa de proclamarse el Cantón Murciano que daría inicio a la Rebelión Cantonal. Con la precipitada marcha de las tropas, los trabajadores volvieron a hacerse con el control de la población, debiendo acceder los empresario al aumento exigido de salarios, medida que mantuvieron hasta que regresaron los refuerzos.

Tras los sucesos se desató una fuerte represión. Fueron detenidos entre 500 y 700 obreros y de ellos 282 acabaron siendo procesados. A principios de septiembre se presentó en Alcoy un juez instructor acompañado de 200 guardias civiles, que procedieron a detener a cientos de obreros, muchos de los cuales fueron conducidos hasta el castillo de Alicante. En 1876 una amnistía sacó de la cárcel a bastantes de los procesados y en 1881 hubo una segunda amnistía. En 1887 fueron absueltos los últimos veinte procesados, seis de los cuales todavía estaban en prisión, catorce años después de los hechos.

Según las actas del proceso las víctimas fueron quince, trece causadas por los insurrectos —el alcalde Albors; cuatro civiles; un guardia civil y siete guardias municipales, tres de ellos asesinados tras haberse rendido— y dos por los guardias.

Estos trágicos hechos acaecidos en Alcoy tan solo dos años después de la Comuna de París, son considerados por algunos autores como la primera huelga general en nuestro país. Engels dirá que fue “la primera batalla callejera de la Alianza”.

Los restos del alcalde asesinado, pueden visitarse actualmente en el cementerio municipal de la población, concretamente en la galería subterránea (columna 38) a la que fueron trasladados tras el desmantelamiento del antiguo cementerio de San Vicente Ferrer. Es totalmente recomendable la visita al cementerio alcoyano, el cual alberga particularidades únicas tanto por las galerías subterráneas como por su arquitectura y escultura modernista y ecléctica.

                                                          - juancarl 20/18 -









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