viernes, 13 de abril de 2018


Numancia, ejemplo heroico de lucha y resistencia de un pueblo libre en defensa de su identidad:

 Hispania, s. II a.C. Numancia, destacado asentamiento celtíbero del norte de la Península Ibérica (ubicada muy próxima a la actual Soria) se convirtió por su aguerrida resistencia en una pesadilla para Roma, ocasionándole una demora en su conquista de Hispania.

Tras la victoria romana en la Primera Guerra Celtíbera, los tratados establecieron entre otras exigencias la prohibición de fortificar poblados, circunstancia que los habitantes de Segeda incumplieron según los romanos al iniciar la construcción de una nueva muralla perimetral que ampliaba el área urbanizada. El senado romano, en el año 153 a.C., con la intención de hacer cumplir lo acordado y al mismo tiempo infligir un escarmiento que disuadiese de acciones similares al resto de pueblos, mandó al cónsul Quinto Flubio Nobilior con un numeroso ejército de 30.000 soldados. Ante la llegada de tal contingente militar, los segedenses decidieron abandonar sus casas y pertenencias y buscar refugio en la vecina población de Numancia, uniendo ambas fuerzas armadas conformando así un contingente de 25.000 soldados que obtuvieron una gran victoria frente a las fuerzas romanas, las cuales cayeron en una emboscada que les supuso la pérdida de más de 10.000 soldados.

Distintas victorias posteriores de los numantinos frente a los romanos en el 139 a.C. y el 138 a.C. catapultaron el prestigio de Numancia como un auténtico icono de resistencia hispana, condición que perduraría durante dos décadas.

Nuevamente el senado romano, para combatir las humillaciones sufridas, decidió enviar en el 134 a.C. a su más prestigioso y capaz general, Publio Cornelio Escipión Emiliano, héroe laureado tras la conquista de Cartago, el cual se puso al frente del ejército que intentaba someter la ciudad en octubre. Lo primero que hizo fue reorganizar las legiones ya que, después de veinte años de derrotas y fracasos, los soldados estaban de desmotivados y abatidos. Recibieron nuevamente una estricta instrucción militar, basada en un duro entrenamiento físico junto a un austero régimen alimentario, que dio por resultado disponer de efectivos bien preparados, disciplinados y motivados. Parte de ese duro entrenamiento físico consistió en la construcción de las empalizadas y zanjas necesarias para el asedio que tenía planeado el afamado general, el cual estudiando los fracasos de sus antecesores en los que había quedado demostrado que en combate abierto era muy difícil doblegar a los numantinos, decidió cercar herméticamente la ciudad y esperar que la falta de alimentos y las enfermedades decidiesen la contienda.

Para asegurar la efectividad del asedio, se establecieron siete campamentos romanos perimetralmente a las defensas numantinas donde se acuartelaron las tropas, los cuales fueron unidos por muros de piedra y tierra (vallum) de dos metros de ancho, tres de alto y de nueve kilómetros de largo, precedido con un foso profundo y una empalizada, con torres de madera de varios pisos de altura cada treinta metros, dotadas con catapultas, ballestas y otras armas de asedio que sirvieran para atacar desde la distancia y comunicadas entre ellas por un eficaz sistema de señales basado en el uso de banderas rojas de día y antorchas de noche. A diferencia de sus predecesores y siendo consciente del punto más vulnerable del cerco (el cauce del río Duero), ideó un sistema de bloqueo con rastrillos pendientes de dos torres el cual imposibilitaba la entrada o salida de pequeñas embarcaciones con víveres o refuerzos, convirtiendo el cerco en un cinturón casi impenetrable.

Escipión Emiliano disponía de 60.000 efectivos para conseguir su objetivo, la rendición incondicional de Numancia. Estratégicamente y dada su experiencia previa, dividió sus fuerzas destinándolas a distintos fines (defensa del cerco, caballería de intervención rápida, cuerpos de reserva, …), pero evitando siempre el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los celtíberos para evitar darles a los sitiados la opción de morir en combate, algo muy duro para el concepto celtibérico de honor. Además, los romanos tenían orden de repeler los ataques, pero no debían matar a los atacantes ya que un numantino vivo a diferencia de uno muerto, necesitaría agua y comida, precipitando en el tiempo la caída de la ciudad.

Los sitiados esperaban que el clima, como había ocurrido en otras ocasiones, jugase a su favor. Que el duro invierno soriano, largo y frío, mermase la moral de las tropas romanas haciendo fracasar el asedio, aunque esta vez no fue así. Consiguieron puntualmente mandar un pequeño comando rompiendo el duro cerco a otras ciudades celtíberas pidiendo ayuda, la cual nunca llegó. Sus vecinos tenían miedo a las represalias de Escipión Emiliano y no les auxiliaron. Únicamente encontraron algo de respaldo en el pueblo de Lutia, donde 400 jóvenes se ofrecieron a acompañarles para ayudarles cuando regresaran a Numancia una vez terminado su recorrido por territorio aliado, pero algunos ancianos temerosos de las seguras represalias romanas, se desplazaron al campamento de Escipión Emiliano denunciando lo acordado. Al amanecer siguiente las tropas romanas cercaron el pueblo, identificaron a los jóvenes voluntarios y cual vulgares ladrones les cortaron las manos ante la horrorizada mirada de los vecinos. La propagación por la comarca de lo sucedido frustró aún más las esperanzas de los numantinos de conseguir ayuda, decidiendo los seis componentes del comando de reclutamiento regresar a su ciudad, sabiendo que pronto se convertiría en su tumba.

Tras duros meses de asedio, a mediados del verano de 133 a.C. los pocos supervivientes de la ciudad devastada se rindieron. Del total de sus habitantes (se calcula unos 4.000 contendientes y otros tantos familiares), muchos murieron de hambre, otros decidieron suicidarse en masa antes que caer en manos de los romanos (cuentan las crónicas romanas, con tremendo dramatismo, como los padres dieron muerte con sus espadas a sus hijos y esposas antes de suicidarse). La imagen de los supervivientes impactó a las tropas romanas. Parecían salir del mismo infierno con los cabellos largos y sucios, cubiertos con harapos, desprendiendo olor a podredumbre, con los ojos enrojecidos, los labios cortados y llenos de llagas, sus dientes mellados y amarillentos, uñas largas, … Pero según relataron romanos allí presentes, lo que más les impresionó fue su penetrante mirada cargada de rencor que transmitía un odio eterno a Roma.

El final de los supervivientes, fue dispar. Los heridos y enfermos fueron eliminados, siendo vendidos el resto como esclavos. Escipión Emiliano se guardó cincuenta hombres utilizándolos como trofeos de guerra, presentándose en Roma con ellos para demostrar su victoria y celebrar su triunfo.

Tras la conquista de la ciudad, fue saqueada y arrasada, ordenándose la demolición total de ésta, como queriendo borrar todo rastro de lo allí ocurrido, y prohibiéndose su reconstrucción (aunque finamente resurgiría de mano de los romanos años después).

Cronistas e historiadores fueron los encargados de difundir la gesta de los numantinos, ya no por convertirlos en símbolo de la resistencia llevada a sus últimas consecuencias sino para, ensalzando su valor, dar más importancia a la victoria romana. Autores como Apiano se admiraron del “amor a la libertad” de sus pobladores y destacaron su tenaz resistencia frente a las legiones romanas. El historiador Floro equiparó Numancia con las más grandes ciudades por su valor y fama. El mismo Plinio el Viejo y también Estrabón se hicieron eco del drama de la ciudad.

Actualmente, el yacimiento arqueológico de Numancia es el mejor conservado de Celtiberia y el que más información respecto a sus pobladores nos ha ofrecido. Ha sido reconstruido parcialmente (alguna casa, tramo de muralla, torre de madera, …) para mejorar su función didáctica para los visitantes. En él se puede contemplar restos de las dos ciudades superpuestas, la celtíbera y la romana, construida sobre la primera, de la que quedan también restos y vestigios.
 

                                                                     -          juancarl 20/18 -








 

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