Numancia, ejemplo heroico de lucha y resistencia de un pueblo libre en
defensa de su identidad:
Tras la victoria romana en la
Primera Guerra Celtíbera, los tratados establecieron entre otras exigencias la
prohibición de fortificar poblados, circunstancia que los habitantes de Segeda
incumplieron según los romanos al iniciar la construcción de una nueva muralla
perimetral que ampliaba el área urbanizada. El senado romano, en el año 153
a.C., con la intención de hacer cumplir lo acordado y al mismo tiempo infligir
un escarmiento que disuadiese de acciones similares al resto de pueblos, mandó
al cónsul Quinto Flubio Nobilior con un numeroso ejército de 30.000 soldados.
Ante la llegada de tal contingente militar, los segedenses decidieron abandonar
sus casas y pertenencias y buscar refugio en la vecina población de Numancia,
uniendo ambas fuerzas armadas conformando así un contingente de 25.000 soldados
que obtuvieron una gran victoria frente a las fuerzas romanas, las cuales
cayeron en una emboscada que les supuso la pérdida de más de 10.000 soldados.
Distintas victorias posteriores
de los numantinos frente a los romanos en el 139 a.C. y el 138 a.C.
catapultaron el prestigio de Numancia como un auténtico icono de resistencia
hispana, condición que perduraría durante dos décadas.
Nuevamente el senado romano, para
combatir las humillaciones sufridas, decidió enviar en el 134 a.C. a su más
prestigioso y capaz general, Publio Cornelio Escipión Emiliano, héroe laureado
tras la conquista de Cartago, el cual se puso al frente del ejército que
intentaba someter la ciudad en octubre. Lo primero que hizo fue reorganizar las
legiones ya que, después de veinte años de derrotas y fracasos, los soldados
estaban de desmotivados y abatidos. Recibieron nuevamente una estricta
instrucción militar, basada en un duro entrenamiento físico junto a un austero
régimen alimentario, que dio por resultado disponer de efectivos bien
preparados, disciplinados y motivados. Parte de ese duro entrenamiento físico
consistió en la construcción de las empalizadas y zanjas necesarias para el
asedio que tenía planeado el afamado general, el cual estudiando los fracasos
de sus antecesores en los que había quedado demostrado que en combate abierto
era muy difícil doblegar a los numantinos, decidió cercar herméticamente la
ciudad y esperar que la falta de alimentos y las enfermedades decidiesen la
contienda.
Para asegurar la efectividad del
asedio, se establecieron siete campamentos romanos perimetralmente a las
defensas numantinas donde se acuartelaron las tropas, los cuales fueron unidos
por muros de piedra y tierra (vallum) de dos metros de ancho, tres de alto y de
nueve kilómetros de largo, precedido con un foso profundo y una empalizada, con
torres de madera de varios pisos de altura cada treinta metros, dotadas con
catapultas, ballestas y otras armas de asedio que sirvieran para atacar desde
la distancia y comunicadas entre ellas por un eficaz sistema de señales basado
en el uso de banderas rojas de día y antorchas de noche. A diferencia de sus predecesores
y siendo consciente del punto más vulnerable del cerco (el cauce del río Duero),
ideó un sistema de bloqueo con rastrillos pendientes de dos torres el cual
imposibilitaba la entrada o salida de pequeñas embarcaciones con víveres o
refuerzos, convirtiendo el cerco en un cinturón casi impenetrable.
Escipión Emiliano disponía de
60.000 efectivos para conseguir su objetivo, la rendición incondicional de
Numancia. Estratégicamente y dada su experiencia previa, dividió sus fuerzas destinándolas
a distintos fines (defensa del cerco, caballería de intervención rápida,
cuerpos de reserva, …), pero evitando siempre el enfrentamiento cuerpo a cuerpo
con los celtíberos para evitar darles a los sitiados la opción de morir en
combate, algo muy duro para el concepto celtibérico de honor. Además, los
romanos tenían orden de repeler los ataques, pero no debían matar a los
atacantes ya que un numantino vivo a diferencia de uno muerto, necesitaría agua
y comida, precipitando en el tiempo la caída de la ciudad.
Los sitiados esperaban que el
clima, como había ocurrido en otras ocasiones, jugase a su favor. Que el duro
invierno soriano, largo y frío, mermase la moral de las tropas romanas haciendo
fracasar el asedio, aunque esta vez no fue así. Consiguieron puntualmente
mandar un pequeño comando rompiendo el duro cerco a otras ciudades celtíberas
pidiendo ayuda, la cual nunca llegó. Sus vecinos tenían miedo a las represalias
de Escipión Emiliano y no les auxiliaron. Únicamente encontraron algo de
respaldo en el pueblo de Lutia, donde 400 jóvenes se ofrecieron a acompañarles
para ayudarles cuando regresaran a Numancia una vez terminado su recorrido por
territorio aliado, pero algunos ancianos temerosos de las seguras represalias
romanas, se desplazaron al campamento de Escipión Emiliano denunciando lo acordado.
Al amanecer siguiente las tropas romanas cercaron el pueblo, identificaron a
los jóvenes voluntarios y cual vulgares ladrones les cortaron las manos ante la
horrorizada mirada de los vecinos. La propagación por la comarca de lo sucedido
frustró aún más las esperanzas de los numantinos de conseguir ayuda, decidiendo
los seis componentes del comando de reclutamiento regresar a su ciudad,
sabiendo que pronto se convertiría en su tumba.
Tras duros meses de asedio, a
mediados del verano de 133 a.C. los pocos supervivientes de la ciudad devastada
se rindieron. Del total de sus habitantes (se calcula unos 4.000 contendientes
y otros tantos familiares), muchos murieron de hambre, otros decidieron suicidarse
en masa antes que caer en manos de los romanos (cuentan las crónicas romanas,
con tremendo dramatismo, como los padres dieron muerte con sus espadas a sus
hijos y esposas antes de suicidarse). La imagen de los supervivientes impactó a
las tropas romanas. Parecían salir del mismo infierno con los cabellos largos y
sucios, cubiertos con harapos, desprendiendo olor a podredumbre, con los ojos
enrojecidos, los labios cortados y llenos de llagas, sus dientes mellados y
amarillentos, uñas largas, … Pero según relataron romanos allí presentes, lo
que más les impresionó fue su penetrante mirada cargada de rencor que
transmitía un odio eterno a Roma.
El final de los supervivientes,
fue dispar. Los heridos y enfermos fueron eliminados, siendo vendidos el resto
como esclavos. Escipión Emiliano se guardó cincuenta hombres utilizándolos como
trofeos de guerra, presentándose en Roma con ellos para demostrar su victoria y
celebrar su triunfo.
Tras la conquista de la ciudad,
fue saqueada y arrasada, ordenándose la demolición total de ésta, como
queriendo borrar todo rastro de lo allí ocurrido, y prohibiéndose su
reconstrucción (aunque finamente resurgiría de mano de los romanos años después).
Cronistas e historiadores fueron
los encargados de difundir la gesta de los numantinos, ya no por convertirlos
en símbolo de la resistencia llevada a sus últimas consecuencias sino para,
ensalzando su valor, dar más importancia a la victoria romana. Autores como
Apiano se admiraron del “amor a la libertad” de sus pobladores y destacaron su
tenaz resistencia frente a las legiones romanas. El historiador Floro equiparó
Numancia con las más grandes ciudades por su valor y fama. El mismo Plinio el
Viejo y también Estrabón se hicieron eco del drama de la ciudad.
Actualmente, el yacimiento
arqueológico de Numancia es el mejor conservado de Celtiberia y el que más
información respecto a sus pobladores nos ha ofrecido. Ha sido reconstruido
parcialmente (alguna casa, tramo de muralla, torre de madera, …) para mejorar
su función didáctica para los visitantes. En él se puede contemplar restos de
las dos ciudades superpuestas, la celtíbera y la romana, construida sobre la
primera, de la que quedan también restos y vestigios.
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