jueves, 29 de marzo de 2018

Nupcias teñidas de sangre: el día que Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg volvieron a nacer:

Madrid, 31 mayo de 1906. La capital, perfectamente engalanada, ve pasar la comitiva real que acompaña a los recién casados, los cuales, para deleite de sus súbditos, van saludando desde su carroza a todos los madrileños y visitantes que se agolpan en las aceras deseando felicitarlos en tan especial día. En ese soleado día, el trayecto discurre entre la iglesia de San Jerónimo el Real (Los Jerónimos) y el Palacio Real. Custodian a los contrayentes tanto la Guardia Real como una compañía del Regimiento Wad-Ras nº50, ambos con sus impolutos uniformes de gala.

Cuando, sobre las catorce horas y quince minutos la comitiva real entre vítores y aclamaciones llega a la calle Mayor, concretamente a la altura del número 88 (actual 84), resuena una gran detonación que interrumpe su marcha. Un artefacto explosivo, camuflado en el interior de un ramo de rosas pálidas, es lanzado desde un balcón situado en el edificio que alberga una casa de huéspedes, estallando contra el suelo y desatando el pánico entre el público, que corre despavorido.

Aunque el objetivo era la carroza real, el destino ha querido que, en su caída, el ramo impactase sobre la catenaria del tranvía, lo que modifica su trayectoria yendo a impactar entre la multitud. La onda expansiva alcanza tanto al cochero, que se precipita desde el pescante, como a uno de los caballos que tira del carruaje, saliendo ilesos milagrosamente los monarcas. El total de víctimas mortales del suceso (entre civiles y militares) ascendió a veinticinco y el de heridos superó el centenar.

Asistidos los monarcas por el general Aznar y su Estado Mayor, que estaban ante la Capitanía General, allí ubicada, y una vez tranquilizaron a todos respecto a su estado, cambiaron de carroza, recurriendo a la de respeto, para seguir con la marcha hasta el Palacio. Cabe señalar que la reina, aunque no fue herida, llevaba su vestido de ceremonia blanco con bordados plateados salpicado de sangre. El Gobierno decidió no suspender las celebraciones por el atentado, para truncar así los planes de los anarquistas.

Hasta aquí, el relato del suceso acaecido, pero, ¿quién o quienes lo llevaron a cabo? ¿qué motivos le/les movió a hacerlo? ¿realmente deseaban llegar hasta el final?

El atentado fue obra de un joven anarquista catalán de veintiséis años llamado Mateo Morral Roca, persona con formación universitaria y manejo de varios idiomas, el cual parece ser que contactó con el anarquismo en su larga estancia en Alemania, siendo el tercer hijo de un pudiente empresario de Sabadell.

Llegó a Madrid procedente de Barcelona diez días antes de cometer la acción, alojándose en el Hotel Iberia, sito en la calle Tetuán de la capital, por recomendaciones de uno de sus conocidos. En breves fechas dejó este hotel para registrarse en la pensión situada en la calle Mayor (por donde pasaría el cortejo), concretamente en una habitación de la cuarta planta, desde donde arrojaría el artefacto explosivo (una bomba “Orsini” también conocida como “Corbeille” o de cesta). Respecto a la procedencia de la bomba, según relata Pío Baroja, le había sido entrega a Mateo diez días antes del atentado, procedente de Francia y envuelta en una bandera de ese país, por el militar y exministro de la Guerra durante la I República, Nicolás Estévanez.

Tras atentar, Mateo Morral abandona precipitadamente la pensión y, aprovechando la enorme confusión del momento, consigue huir mezclándose entre la aterrada multitud, siendo ayudado en su huida por José Naskens, director del periódico anarquista “El Motín” y otros simpatizantes de ideología, abandonando la capital y llegando el día 2 de junio al municipio próximo de Torrejón de Ardoz, desde donde parece ser tenía previsto coger el tren hasta Barcelona, para desde la Ciudad Condal pasar a Francia.

Pero sus intenciones de huida se ven truncadas en un ventorrillo (venta) próximo a Torrejón de Ardoz, en el que se detiene hambriento a cenar, siendo identificado por los propietarios quienes deciden dar aviso a la Guardia Civil. Pero casualmente, próximo al establecimiento se encuentra Fructuoso Vega, un guarda jurado que le conminó a acompañarle hasta el cuartel de la Benemérita. Mateo accedió voluntariamente a dicha petición, pero, apenas iniciada la marcha, se volvió hacia él y le disparó a quemarropa con una pistola Browning alcanzándole en la boca, falleciendo de forma inmediata. Separándose inmediatamente unos pocos pasos, sonó un nuevo disparo, el cual parece ser terminó con la vida de Mateo Morral, cayendo fulminado con un tiro en el pecho. 

El suicidio del principal sospechoso, precipitó la resolución del caso. Se detuvo a unos cuantos colaboradores que según las diligencias policiales le ayudaron en la preparación del atentado o en su huida posterior, los cuales, tras ser sentenciados a penas de prisión por un tribunal, fueron sorprendentemente indultados un año después por el rey.

Pero desde un primer momento existieron sospechas sobre la tramitación de la investigación, abalándolas en incongruencias en el resultado de la autopsia del cuerpo de Mateo Morral, en la sorprendente solvencia económica que demostró en sus días en Madrid el sospecho (pagando en ambos establecimientos hosteleros con billetes de quinientas pesetas, los cuales no eran de uso muy frecuenten en las calles madrileñas, viajando con la cara maleta de cuero inglés que descubrieron los investigadores tras los registros de la habitación ocupada por Mateo conteniendo su equipaje, …), en los avisos previos materializados en amenazas anónimas que llegaron incluso al palacio real, las cuales obtuvieron como respuesta un incremento de las medidas de seguridad (que de poco valieron, visto lo sucedido), con una teoría de suicido poco lógica por la trayectoria del proyectil y  por último por una evidencia en la que, por su extrañeza,  quiero profundizar.

Días antes al suceso, concretamente el 20 de mayo, Mateo Morral y otra persona elegantemente vestida realizaron en un árbol del Parque del Retiro de Madrid una inscripción a navaja que indicaba: "Ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace. Un irredento", junto a unos grabados de una calavera con tibias cruzadas y la firma de "Dinamita". Días después del atentado, Vicente García Ruipérez, un madrileño que se había acercado mientras estaban realizándolo a interesarse y fue invitado de malas maneras a dejarlos en paz, reconoció la imagen del sospecho buscado publicada en prensa, como uno de los dos hombres con los que coincidió en el parque, facilitando dicha información a la policía. Dicho árbol, a día de hoy, no se sabe si pervive en el parque entre los centenares allí existentes o fue uno de los sacrificados por su estado y edad.

Y yo me pregunto, ¿qué interés debe tener un individuo que está tramando uno atentado a ese nivel en arriesgar su misión publicitando sus intenciones en un árbol de un parque público? Pasar a la posteridad, que finalmente se descubra el complot y se le impida llevarlo a cabo, … Lamentablemente nunca se sabrá.

Actualmente en la calle Mayor de Madrid, a la altura en que se produjo la explosión, existe un monumento en honor de las víctimas del mismo. Este monumento actual, vino a reemplazar el que inicialmente se erigió, el cual, durante la II República Española fue retirado. Junto a esta acción, también se produjo el cambio de nombre de la calle Mayor por calle Mateo Morral, volviendo tras el final de la Guerra Civil a su original denominación.

Por último, señalar que actualmente es muy fácil localizar el balcón desde el cual el anarquista lanzó la bomba, ya que luce de forma permanente, un ramo de flores anudado a la barandilla.

-                                                                        - juancarl20/18 -





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