La isla de los “no”
famosos: el infierno francés en Cabrera (1809-1814):
Tras
los trágicos sucesos vividos el 2 de mayo de 1808 en la capital, se extiende
por el territorio el levantamiento de los españoles frente a las tropas napoleónicas
de ocupación. El 19 de julio de ese mismo año acontecerá una gran batalla en
Bailén que será determinante para el conflicto. El potente e invicto ejército imperial
francés liderado por el general Pierre Dupont se enfrentará a las tropas
españolas encabezadas por el general Francisco Javier Castaños.
Pese a
la mayor experiencia bélica de los galos, las habilidades tácticas de los
españoles determinan el resultado. Las temperaturas extremas del verano andaluz
mermaron las fuerzas de unos soldados que estaban habituados a combatir en
condiciones climáticas más suaves, haciendo mella en ellos los efectos de la
deshidratación. Esas mismas temperaturas redujeron la efectividad de la
artillería francesa debido al sobrecalentamiento de los cañones, reduciendo así
su operatividad. Estos aspectos junto a las maniobras del ejército del general
Castaños que les impidieron desplegarse convenientemente para hacer frente a la
irregular caballería española, hicieron cundir el pánico y la desesperación
entre las tropas napoleónicas, sentenciando la derrota francesa.
El
general Dupont se vio obligado a pactar una rendición (Capitulaciones de
Andújar) para evitar la aniquilación total de sus tropas.
Aunque
inicialmente se acordó que los franceses serían desarmados y repatriados a su
país, finamente la Junta Suprema de Sevilla decidió no cumplir con lo pactado y
decretar el cautiverio de los miles de supervivientes galos (para evitar que a
su llegada a Francia se reincorporasen al ejército pudiendo reforzar la campaña
que había emprendido el propio Napoleón tras conocer la derrota de Bailén, el
cual cruzó los Pirineos al mando de 65.000 hombres).
Únicamente
los jefes y oficiales presos fueron trasladados por barcos ingleses a Francia,
siendo acusados a su llegada por órdenes de Napoleón de ser responsables de la
humillante derrota, sufriendo las consecuencias (el propio general Dupont fue
degradado, privado de todos sus títulos y condecoraciones y recluido en
prisión).
El
resto de tropa y suboficiales, fueron trasladados a puntos de embarque (Cádiz y
Sanlúcar), padeciendo por el trayecto todo tipo de maltrato y humillaciones por
parte de una población civil sedienta de venganza por los abusos cometidos por los
invasores.
Durante
varios meses, fueron hacinados en pontones (prisiones flotantes) anclados
frente a las costas españolas, siendo pastos de epidemias como la disentería,
de la malnutrición, y de los malos tratos hasta que finalmente las autoridades
competentes decidieron distribuirlos por los archipiélagos españoles para
mitigar el problema.
Alrededor
de 4000 fueron enviados al archipiélago canario, donde terminarían integrándose
entre la población local. Los restantes (alrededor de unos 10000) no resultaron
tan agraciados al ser enviados al archipiélago balear.
Tras un
tormentoso viaje, llegaron a Palma de Mallorca donde se tenía pensado distribuirlos
igual que se hizo en Canarias, resultando imposible ante la negativa de las
autoridades y población de la isla, temerosas del contagio de epidemias. La misma
situación se dio en Menorca, viéndose obligados a desembarcarles en la isla de
Cabrera, opción viable por su condición de deshabitada.
La isla
de Cabrera se encuentra a unos 25 km al sur de Mallorca, siendo la de mayor
extensión entre un conjunto de peñas e islotes que conforman el conocido
archipiélago de Cabrera. Con una superficie de apenas 16 kilómetros cuadrados
presentaba idílicas playas, calas y aguas transparentes, que acabarían
convirtiéndose en una prisión natural y un infierno en la tierra para los
penados, siendo considerada por muchos historiadores como el primer campo de
concentración de la historia.
Tras
descargar tan especial mercancía, los navíos españoles abandonan la isla
dejando a esos miles de desdichados solos frente a su destino, en un hábitat
incapaz por sus recursos naturales de garantizar la manutención de unas pocas
almas, al carecer de alimentos naturales, productos de caza (algunos conejos o
unas pocas cabras) e incluso de agua potable (apenas un pequeño manantial con
un mínimo caudal).
Entre
los nuevos habitantes de la isla, se encuentran un escaso número de mujeres que
lamentablemente terminarán recurriendo a la prostitución para conseguir algún
alimento.
Tras
inspeccionar la isla, descubren el pequeño manantial (incapaz de proporcionar
la cantidad necesaria de tan preciado y necesario recurso hídrico para tantos
huéspedes), las ruinas de un antiguo fortín, y una gran variedad de cuevas y
oquedades en la roca que pronto serán utilizadas para varios usos.
Pensando
que pronto serías reembarcados y llevados a su país natal, los franceses
arrasan con los pocos recursos que encuentran. La llegada de una chalupa con
unos pocos alimentos, les hacen replantearse sus positivos augurios. Dicha
chalupa, proveniente de Palma, les facilitará cada cuatro días víveres para la
subsistencia (en cantidades claramente insuficientes). Aceite, habas y pan con moho constituían el
menú diseñado para esas almas en pena. Pronto el hambre empezó a reducir
drásticamente el número de vecinos del lugar, campando por aquello lares
libremente la disentería y el escorbuto.
Entre
los presos, se organizaron para distribuir de la manera más óptima sus
recursos, eligiendo un consejo de doce miembros, el cual intentó establecer
cierta disciplina/justicia entre los soldados, organizar turnos de pesca,
distribución de la escasa agua de la que disponían, intentar producir mediante
semillas productos agrícolas que complementasen los recurso alimenticios
facilitados, construir algunas cabañas, establecer un improvisado hospital para
la atención de los más enfermos, habilitar una zona para la sepultura de los
fallecidos (aunque ante la carencia de palas optaron por ir incinerándolos cada
cierto tiempo) e incluso se habilitó un espacio como teatro en el que
distraerse en sus muchas horas muertas de espera.…
Durante
los cinco años que estuvo en uso la isla como penal, fueron llegando nuevos
grupos de prisioneros franceses procedentes de distintos puntos de la
península, agravando la escasez alimenticia.
Según
relataron los pocos supervivientes, los franceses agudizaban el ingenio para
conseguir cualquier cosa que prolongase su existencia, aunque fuese un día más,
como por ejemplo falseando los recuentos realizados destinados a concretar la
cantidad exacta de alimento (volviendo al comienzo de la fila, aunque fuera
nadando para que los volviesen a contar), recurriendo a la ingesta de
lagartijas e insectos varios que saciara su necesidad de proteínas, …
Inicialmente,
los más enfermos fueron trasladados por los españoles a hospitales de Palma y
Mahón hasta su recuperación, momento en que eran devueltos a Cabrera con ropa
nueva y bien alimentados. Pronto se generalizaron las automutilaciones con la
finalidad de poder abandonar, aunque fuese por unas semanas, aquel infierno, lo
que hizo replantearse a las autoridades de Palma la suspensión de dichos
traslados, prometiendo la construcción allí en Cabrera de un hospital para
atenderlos el cual nunca se llegó a habilitar.
Durante
todo el tiempo de reclusión, se producen varios intentos de fuga por parte de
los desesperados reos franceses, fracasando la mayor parte de ellos y lo que es
peor, provocando como represalia el retraso de la llegada de víveres a la isla,
lo que acelera las muertes.
Tanto
los propios ingleses como los españoles que vigilan la isla, donan o intercambian
alimentos con los desdichados presos. Los isleños negocian con minerales
encontrados en grutas, castañuelas, tenedores y cucharas talladas en madera de
boj, los únicos bienes que poseen.
Podríamos
decir que se creó una pequeña sociedad urbana en la isla durante la forzada
ocupación, diseñando calles para las chozas y una plaza central en la que
reunirse denominada Palais-Royal. Además de habilitar la zona hospitalaria para
los enfermeros, también habilitaron una zona rocosa para excluir al gran número
de compañeros presos de la locura, enfermedades crónicas o de sus malas
prácticas (robos).
Se
establecieron ciertas diferencias sociales entre distintos colectivos entre
maestros, oficiales, aprendices y la corte de pobres, lo que genero envidias,
violencia (que en situaciones extremas llega a asesinar a compañeros para
calmar su hambre mediante prácticas de canibalismo).
Para
darles consuelo espiritual, fue destinado en la isla un capellán llamado Daniel
Estelrich, quien convivió con los presos hasta su liberación, la cual se
produjo a partir del 16 de mayo de 1814, una vez terminada en abril la Guerra
de Independencia española con la derrota de Napoleón.
Previo
a embarcar para su repatriación, decidieron los escasos supervivientes prender
fuego a los cobertizos y utensilios allí utilizados, quizás como una forma de
borrar toda huella de su desgraciada presencia en la isla y quién sabe si
también en sus mentes.
Los
franceses que regresaron a su país: hombres enfermos, escuálidos y con grandes
problemas psicológicos nunca olvidarían el trágico episodio vivido en la ínfima
isla.
Actualmente,
en la isla de Cabrera (propiedad del Ejército Español, quien mantiene allí a un
pequeño destacamento) podemos encontrar una estela de granito conmemorativa de
los hechos relatados en la que se puede leer “A la mémoire de Francais á
Cabrera”. Sería en mayo de 2009 cuando los ejércitos francés y español
rindieron homenaje a la memoria de los caídos allí en Cabrera.
Esta
triste mancha en la historia contemporánea de nuestro país nunca debe
olvidarse, al vencido nunca hay que masacrarlo (se calcula de por la isla
pasaron un total de 11381 soldados de los cuales únicamente sobrevivieron una
cuarta parte). Sin querer justificar este lamentable calvario, imagino que el
odio que sentían nuestros antepasados hacia las tropas francesas por la
multitud de abusos cometidos durante la ocupación de nuestro país, fue
determinante para actuar de la forma que se hizo con estos prisioneros. Tampoco
es comprensible, con la información de la que disponemos, que Napoleón siendo
consciente del infierno que estaban viviendo sus soldados, no plantease una
negociación u operación de rescate, ya que únicamente estuvieron vigilados por
un bergantín inglés y un par de cañoneras españolas.
Por
último, destacar que, gracias a la tradición oral del país galo, tristemente
todavía se les sigue “amenazando” a muchos niños que, si se portan mal, se irán
a “Cabrera”.
-- juancarl 20/19 --
