lunes, 17 de junio de 2019


La isla de los “no” famosos: el infierno francés en Cabrera (1809-1814):

Tras los trágicos sucesos vividos el 2 de mayo de 1808 en la capital, se extiende por el territorio el levantamiento de los españoles frente a las tropas napoleónicas de ocupación. El 19 de julio de ese mismo año acontecerá una gran batalla en Bailén que será determinante para el conflicto. El potente e invicto ejército imperial francés liderado por el general Pierre Dupont se enfrentará a las tropas españolas encabezadas por el general Francisco Javier Castaños.

Pese a la mayor experiencia bélica de los galos, las habilidades tácticas de los españoles determinan el resultado. Las temperaturas extremas del verano andaluz mermaron las fuerzas de unos soldados que estaban habituados a combatir en condiciones climáticas más suaves, haciendo mella en ellos los efectos de la deshidratación. Esas mismas temperaturas redujeron la efectividad de la artillería francesa debido al sobrecalentamiento de los cañones, reduciendo así su operatividad. Estos aspectos junto a las maniobras del ejército del general Castaños que les impidieron desplegarse convenientemente para hacer frente a la irregular caballería española, hicieron cundir el pánico y la desesperación entre las tropas napoleónicas, sentenciando la derrota francesa.

El general Dupont se vio obligado a pactar una rendición (Capitulaciones de Andújar) para evitar la aniquilación total de sus tropas.

Aunque inicialmente se acordó que los franceses serían desarmados y repatriados a su país, finamente la Junta Suprema de Sevilla decidió no cumplir con lo pactado y decretar el cautiverio de los miles de supervivientes galos (para evitar que a su llegada a Francia se reincorporasen al ejército pudiendo reforzar la campaña que había emprendido el propio Napoleón tras conocer la derrota de Bailén, el cual cruzó los Pirineos al mando de 65.000 hombres).

Únicamente los jefes y oficiales presos fueron trasladados por barcos ingleses a Francia, siendo acusados a su llegada por órdenes de Napoleón de ser responsables de la humillante derrota, sufriendo las consecuencias (el propio general Dupont fue degradado, privado de todos sus títulos y condecoraciones y recluido en prisión).

El resto de tropa y suboficiales, fueron trasladados a puntos de embarque (Cádiz y Sanlúcar), padeciendo por el trayecto todo tipo de maltrato y humillaciones por parte de una población civil sedienta de venganza por los abusos cometidos por los invasores.

Durante varios meses, fueron hacinados en pontones (prisiones flotantes) anclados frente a las costas españolas, siendo pastos de epidemias como la disentería, de la malnutrición, y de los malos tratos hasta que finalmente las autoridades competentes decidieron distribuirlos por los archipiélagos españoles para mitigar el problema.

Alrededor de 4000 fueron enviados al archipiélago canario, donde terminarían integrándose entre la población local. Los restantes (alrededor de unos 10000) no resultaron tan agraciados al ser enviados al archipiélago balear.

Tras un tormentoso viaje, llegaron a Palma de Mallorca donde se tenía pensado distribuirlos igual que se hizo en Canarias, resultando imposible ante la negativa de las autoridades y población de la isla, temerosas del contagio de epidemias. La misma situación se dio en Menorca, viéndose obligados a desembarcarles en la isla de Cabrera, opción viable por su condición de deshabitada.

La isla de Cabrera se encuentra a unos 25 km al sur de Mallorca, siendo la de mayor extensión entre un conjunto de peñas e islotes que conforman el conocido archipiélago de Cabrera. Con una superficie de apenas 16 kilómetros cuadrados presentaba idílicas playas, calas y aguas transparentes, que acabarían convirtiéndose en una prisión natural y un infierno en la tierra para los penados, siendo considerada por muchos historiadores como el primer campo de concentración de la historia.

Tras descargar tan especial mercancía, los navíos españoles abandonan la isla dejando a esos miles de desdichados solos frente a su destino, en un hábitat incapaz por sus recursos naturales de garantizar la manutención de unas pocas almas, al carecer de alimentos naturales, productos de caza (algunos conejos o unas pocas cabras) e incluso de agua potable (apenas un pequeño manantial con un mínimo caudal).

Entre los nuevos habitantes de la isla, se encuentran un escaso número de mujeres que lamentablemente terminarán recurriendo a la prostitución para conseguir algún alimento.

Tras inspeccionar la isla, descubren el pequeño manantial (incapaz de proporcionar la cantidad necesaria de tan preciado y necesario recurso hídrico para tantos huéspedes), las ruinas de un antiguo fortín, y una gran variedad de cuevas y oquedades en la roca que pronto serán utilizadas para varios usos.

Pensando que pronto serías reembarcados y llevados a su país natal, los franceses arrasan con los pocos recursos que encuentran. La llegada de una chalupa con unos pocos alimentos, les hacen replantearse sus positivos augurios. Dicha chalupa, proveniente de Palma, les facilitará cada cuatro días víveres para la subsistencia (en cantidades claramente insuficientes).  Aceite, habas y pan con moho constituían el menú diseñado para esas almas en pena. Pronto el hambre empezó a reducir drásticamente el número de vecinos del lugar, campando por aquello lares libremente la disentería y el escorbuto.

Entre los presos, se organizaron para distribuir de la manera más óptima sus recursos, eligiendo un consejo de doce miembros, el cual intentó establecer cierta disciplina/justicia entre los soldados, organizar turnos de pesca, distribución de la escasa agua de la que disponían, intentar producir mediante semillas productos agrícolas que complementasen los recurso alimenticios facilitados, construir algunas cabañas, establecer un improvisado hospital para la atención de los más enfermos, habilitar una zona para la sepultura de los fallecidos (aunque ante la carencia de palas optaron por ir incinerándolos cada cierto tiempo) e incluso se habilitó un espacio como teatro en el que distraerse en sus muchas horas muertas de espera.…

Durante los cinco años que estuvo en uso la isla como penal, fueron llegando nuevos grupos de prisioneros franceses procedentes de distintos puntos de la península, agravando la escasez alimenticia.

Según relataron los pocos supervivientes, los franceses agudizaban el ingenio para conseguir cualquier cosa que prolongase su existencia, aunque fuese un día más, como por ejemplo falseando los recuentos realizados destinados a concretar la cantidad exacta de alimento (volviendo al comienzo de la fila, aunque fuera nadando para que los volviesen a contar), recurriendo a la ingesta de lagartijas e insectos varios que saciara su necesidad de proteínas, …

Inicialmente, los más enfermos fueron trasladados por los españoles a hospitales de Palma y Mahón hasta su recuperación, momento en que eran devueltos a Cabrera con ropa nueva y bien alimentados. Pronto se generalizaron las automutilaciones con la finalidad de poder abandonar, aunque fuese por unas semanas, aquel infierno, lo que hizo replantearse a las autoridades de Palma la suspensión de dichos traslados, prometiendo la construcción allí en Cabrera de un hospital para atenderlos el cual nunca se llegó a habilitar.

Durante todo el tiempo de reclusión, se producen varios intentos de fuga por parte de los desesperados reos franceses, fracasando la mayor parte de ellos y lo que es peor, provocando como represalia el retraso de la llegada de víveres a la isla, lo que acelera las muertes.

Tanto los propios ingleses como los españoles que vigilan la isla, donan o intercambian alimentos con los desdichados presos. Los isleños negocian con minerales encontrados en grutas, castañuelas, tenedores y cucharas talladas en madera de boj, los únicos bienes que poseen.

Podríamos decir que se creó una pequeña sociedad urbana en la isla durante la forzada ocupación, diseñando calles para las chozas y una plaza central en la que reunirse denominada Palais-Royal. Además de habilitar la zona hospitalaria para los enfermeros, también habilitaron una zona rocosa para excluir al gran número de compañeros presos de la locura, enfermedades crónicas o de sus malas prácticas (robos).

Se establecieron ciertas diferencias sociales entre distintos colectivos entre maestros, oficiales, aprendices y la corte de pobres, lo que genero envidias, violencia (que en situaciones extremas llega a asesinar a compañeros para calmar su hambre mediante prácticas de canibalismo).

Para darles consuelo espiritual, fue destinado en la isla un capellán llamado Daniel Estelrich, quien convivió con los presos hasta su liberación, la cual se produjo a partir del 16 de mayo de 1814, una vez terminada en abril la Guerra de Independencia española con la derrota de Napoleón.

Previo a embarcar para su repatriación, decidieron los escasos supervivientes prender fuego a los cobertizos y utensilios allí utilizados, quizás como una forma de borrar toda huella de su desgraciada presencia en la isla y quién sabe si también en sus mentes.

Los franceses que regresaron a su país: hombres enfermos, escuálidos y con grandes problemas psicológicos nunca olvidarían el trágico episodio vivido en la ínfima isla.

Actualmente, en la isla de Cabrera (propiedad del Ejército Español, quien mantiene allí a un pequeño destacamento) podemos encontrar una estela de granito conmemorativa de los hechos relatados en la que se puede leer “A la mémoire de Francais á Cabrera”. Sería en mayo de 2009 cuando los ejércitos francés y español rindieron homenaje a la memoria de los caídos allí en Cabrera.

Esta triste mancha en la historia contemporánea de nuestro país nunca debe olvidarse, al vencido nunca hay que masacrarlo (se calcula de por la isla pasaron un total de 11381 soldados de los cuales únicamente sobrevivieron una cuarta parte). Sin querer justificar este lamentable calvario, imagino que el odio que sentían nuestros antepasados hacia las tropas francesas por la multitud de abusos cometidos durante la ocupación de nuestro país, fue determinante para actuar de la forma que se hizo con estos prisioneros. Tampoco es comprensible, con la información de la que disponemos, que Napoleón siendo consciente del infierno que estaban viviendo sus soldados, no plantease una negociación u operación de rescate, ya que únicamente estuvieron vigilados por un bergantín inglés y un par de cañoneras españolas.

Por último, destacar que, gracias a la tradición oral del país galo, tristemente todavía se les sigue “amenazando” a muchos niños que, si se portan mal, se irán a “Cabrera”.

 

      -- juancarl 20/19 --




viernes, 12 de abril de 2019


Tutankamón, ¿transmisor de muerte?

 La figura del faraón Tutankamón es bien conocida por todos gracias al descubrimiento de su tumba intacta con espectaculares tesoros y por la sombra de una supuesta maldición. Fue en 1922 cuando el egiptólogo inglés Howard Carter descubrió tras años de investigación el acceso a las cámaras subterráneas ubicadas en el Valle de los Reyes (frente a Lúxor, Egipto) donde descansaba la momia real.

Desde un primer momento el equipo de Carter fue consciente de la magnitud del hallazgo, ya que, a diferencia de las otras tumbas descubiertas en la misma zona, las cuales habían sido saqueadas en épocas pasadas, ésta conservaba en las puertas de acceso a una de las estancias un sello indemne que garantizaba su impenetrabilidad por más de tres mil años.

El perfecto estado del sello, tanto de las cuerdas como del propio sello de arcilla situado a la derecha con un relieve de Anubis, dios de los muertos para los antiguos egipcios, se explica por la aridez del aire del desierto sumado a la falta de oxígeno (al permanecer sellada al exterior), dando por resultado que los objetos permanecieran secos y conservados.

El descubrimiento de tan especial sepulcro fue documentado por el también egiptólogo y fotógrafo británico Harry Burton a través de su cámara fotográfica, proporcionándonos una colección de más de 1400 fotografías (algunas de las cuales acompañan a esta narración). Esta catalogación in situ de los más de cinco mil objetos allí depositados retrasó durante meses el descubrimiento del sarcófago que contenía la momia del faraón, no accediendo a la cámara mortuoria hasta el 16 de febrero de 1923.

En su interior aparecieron tres sarcófagos (dos de madera dorada y el tercero que contenía el cuerpo de oro macizo), en cuyo interior descubrieron la momia del Tutankamón (Tut-Anj-Amón), un faraón no muy conocido hasta la fecha perteneciente a la XVIII dinastía de Egipto, el cual apenas reinó durante nueve años (1336-1327 a. C.). De él conocemos que murió adolescente, sin tener todavía evidencias claras de las causas de su fallecimiento (accidentales, genéticas…).

 Su temprano y trágico encuentro con la muerte parece ser que no se limitó a su fallecimiento. Del equipo de participó en el descubrimiento de tumba, fueron varios los miembros o familiares de los mismo los que en un espacio de tiempo bastante breve, fallecieron repentinamente y no siempre por causas comprensibles.

Esta circunstancia hizo que se forjara la leyenda de una supuesta maldición que protegía el sueño eterno de Tutankamón y que caería sobre todo aquel que osase perturbarlo. Entre las dieciséis muertes acaecidas no se encontró la de su descubridor, Howard Carter, el cual moriría diecisiete años después del hallazgo por causa naturales.

Existen teorías científicas que tratan de explicar las causas de los repentinos fallecimientos de algunos de los que entraron en las cámaras, como la que defiende que, al haber estado selladas durante milenios, el aire retenido en su interior podría contener esporas de hongos microscópicos tóxicas para los pulmones de los visitantes. Otras hablaban de la existencia de polvo proveniente de las deposiciones de murciélago que supuestamente hubiesen podido frecuentar dichos espacios, letales por inhalación para los humanos.

Por supuesto, para enriquecer la mundialmente conocida “Maldición de Tutankamón”, hay quien defiende que Carter encontró en la antecámara de la tumba un ostracon de arcilla cuya inscripción decía: “La muerte golpeará con sus alas a aquel que turbe el reposo del faraón”, no existiendo evidencia material de tal hallazgo, siendo el propio Carter el primero en negar la existencia de maldición alguna.

                                                      - juancarl 20/19 -





 

viernes, 29 de marzo de 2019


El presente de Hitler a Franco

 
España de la posguerra, 1940. Poco después de su cumpleaños, el dirigente español Francisco Franco, vencedor de la contienda civil que masacró a los españoles durante casi tres duros años, recibió un regalo muy especial de alguien también muy especial.

Corría el 24 de enero cuando llegó al Palacio Real de Madrid un presente enviado a título personal por el Führer, Adolf Hitler desde Alemania. Por su gran tamaño, claramente se descartaba los típicos regalos de compromiso como relojes, libros o perfumes. Se trataba de un vehículo a motor de grandes dimensiones perteneciente a una edición limitada de la cual se fabricaron muy pocas unidades (cincuenta y siente, de las cuales fueron dos para el propio Hitler, otra para Mussolini y otra para Franco, que es la que nos ocupa).

Un flamante Mercedes 540 G4 W131 de fabricación alemana fue el presente elegido por el dirigente nazi para sorprender y contentar a su amigo, un automóvil de representación, un símbolo de poder absoluto, lujo y ostentación, una especial limusina todo terreno de tres ejes y seis enormes ruedas pintada con el color gris de la Werhmacht, la cual fue utilizada por primera vez por el Caudillo un par de semanas después durante su visita a Ciudad Real.

El devenir de la historia aconsejaría a Franco no darle uso público al mastodonte vehículo después de la derrota alemana en la II Guerra Mundial en 1945, quedando relegado en las cocheras de Palacio siendo utilizado en alguna de las cacerías privadas en las que participaba la familia dirigente.

El G4, un vehículo innovador en su época que nunca se llegó a comercializar, contaba con una de las mecánicas más avanzadas como la tracción permanente a dos de sus tres ejes, pero por el contrario carecía de la fuerza necesaria para mover dicha fortaleza rodante, ya que debido a su tamaño y a su blindaje pesaba 3550 kg, los cuales a duras penas podía desplazar el motor de 8 cilindros en línea que generaba  apenas 115 CV de potencia, limitando su velocidad aconsejada a 67 Km/h y disparando su consumo a 50 litros cada 100 KM.

Hitler lo utilizaba para pasar revista a sus tropas tras las victorias iniciales europeas, siendo el resto de unidades distribuidas entre las más altas autoridades del partido nazi.

La mayoría de unidades resultaron destruidas o muy perjudicadas con los bombardeos aliados siendo el de Franco el mejor conservado tras el final de la guerra y en años venideros, ya que el limitar su uso para evitar que lo relacionasen con los dirigentes vencidos en la contienda, ha permitido que llegase hasta nuestros días en un estado óptimo de conservación (a pesar de ello se sometió a un exhaustivo proceso de restauración en un centro especializado alemán entre el 2001 y el 2004), lo que le confiere una valor económico impensable (la propia marca Mercedes tras su restauración ofreció para hacerse con él un cheque en blanco).

Con la llegada de la democracia al país, el vehículo paso a ser propiedad de la familia real, perteneciendo actualmente a Patrimonio Nacional, encontrándose expuesto al público en el Cuartel del Rey del Palacio del Pardo.

Finalmente, como curiosidad, señalar que su número de serie es el 313.691 y que Franco, llegó a personalizar el suyo (lo que actualmente denominaríamos tunear el vehículo) al encargar a sus técnicos que le instalasen una imagen de una Virgen en el salpicadero, la cual lucía (nunca mejor dicho) con luz propia ya que le instalaron en su parte posterior una bombilla para hacerla más visible.

                                     -- juancarl 20/19 --




 

viernes, 1 de marzo de 2019


De Compostela seguro, pero: ¿Santiago o Prisciliano? ¿Quién yace allí?

Pese a haber transcurrido ya muchos siglos desde el fallecimiento de ambos, todavía no se ha confirmado o descartado quién descansa en la urna de plata venerada en la mundialmente conocida catedral compostelana.

Las leyendas lamentablemente prevalecen sobre las evidencias históricas, los intereses religiosos y económicos prevalecen sobre la siempre necesaria búsqueda de la verdad (o al menos descartar lo que seguro que no lo es). Disponiendo de las últimas técnicas de datación de restos (carbono 14, métodos de la fluorina, colágeno, …) resulta inverosímil que sigamos sin resolver esta cuestión, quedando probado que se trata única y exclusivamente de una cuestión de intereses. Han transcurrido muchas décadas desde que, en 1879, unos forenses examinaran los restos allí custodiados y dictaminaran que se trataban de huesos humanos muy antiguos y de varón, imposibilitados por los escasos recursos técnicos de la época a poder concretar nada más. El Vaticano rápidamente ratificó su pertenencia al apóstol para acallar las disputas.

Es por todos conocido que la ciudad de Compostela recibe cada año millones de peregrinos y turistas atraídos por la visita a su monumental templo llegados a través de las diversas vías xacobeas, lo que lleva reportando desde hace muchos siglos un reconocimiento internacional y unos ingresos ya no únicamente a la ciudad, sino al país y al continente. Hablamos de unos de los principales focos de peregrinación del orbe cristiano, el cual constituye junto a Roma, Lourdes o Tierra Santa los principales destinos de atracción espiritual para los creyentes cristianos.

Y cualquier mente inquieta se puede estar preguntando: ¿Cuál es el motivo por el que se ponga en duda la identidad de venerado? ¿No existen diferencias importantes entre ambos personajes para que, aun excluyendo los métodos científicos, se pueda resolver la intriga? Pues bien, vamos a exponer lo que sabemos de ambos y que les une y les separa para intentar arrojar un poco de luz, eso sí, avanzando que no llegaremos a nada concluyente.

El descubrimiento de la tumba se produjo en el año 813, cuando un ermitaño llamado Paio dijo observar unas luces sobre el monte Libredeón, situado en la antigua Iria Flavia. Dando aviso a su señor, el obispo Teodomiro, descubren una antigua necrópolis romana en la que destaca un sepulcro con tres tumbas con inscripciones de simbología cristiana. Tras revisar su interior, el obispo asegura que se trata de los restos del apóstol Santiago el Mayor, rodeado por los de sus dos fieles discípulos (San Atanasio y San Teodoro).

Informado de tal hallazgo el rey de León Alfonso II el Casto, el monarca ordena levantar allí una ermita (que será el germen de la actual catedral). Tanto obispo como monarca se sintieron muy afortunados con la aparición de la tumba ya que ambos salían beneficiados. Por un lado, el obispo Teodomiro que recelaba de la primacía que tenía el obispo de Toledo y le favoreció la circunstancia de disponer de una reliquia de semejante importancia en su territorio lo que le situaba, cuanto menos, a la misma altura que su colega toledano.  Por otro lado, el monarca, amenazado por las aspiraciones musulmanas de conquistar todo el territorio peninsular (recordar que habían sobrepasado incluso los Pirineos, siendo frenados en Poitiers por Carlos Martel) vio reforzada su autoridad frente al resto de reyes peninsulares, unificando su reino bajo el cristianismo y utilizando la reliquia del santo como estandarte fuerte bajo el que combatir a los sarracenos.

Ambos coincidieron en actuar de forma rápida, propagando la noticia del hallazgo sin dar tiempo ni posibilidad a ningún estudio o investigación por parte de entendidos. Desde ese momento, las fuerzas de la cruz aseguraron contar en muchos casos con la ayuda de Santiago en sus cruentas batallas, santo vestido de blanco, montado sobre caballo blanco y matando moros encarecidamente. La llamada Reconquista desde ese momento fue triunfando lenta pero imparablemente.

Alrededor del sepulcro se irá conformando la urbe de Compostela de ahí el origen de su nombre que en latín “Compositum” significa “lugar de enterramiento”. El que tiempo después Almanzor arrasara la ciudad y respetara las reliquias veneradas afianzó todavía más el carácter sagrado de los restos depositados.

 Santiago el Mayor, discípulo de Jesús y hermano de Juan el Evangelista murió decapitado por orden de Herodes Agripa I en Jerusalén en el año 44. No existen evidencias históricas que demuestren que predicara por tierras de Hispania, aunque en una breve biografía del santo escrita por San Isidoro de Sevilla éste lo confirma y concreta incluso la ubicación de su sepulcro, teóricamente doscientos años antes de su hallazgo (tal obra se desestima como evidencia histórica ya que se entiende sobrescrita con posterioridad al descubrimiento del sepulcro).

Hay que recurrir a la leyenda para explicar cómo pudo ser enterrado el cuerpo decapitado del santo a 5000Km de donde fue ajusticiado. Según la misma, los discípulos del santo, Teodoro y Atanasio, se hicieron cargo del cuerpo y lo trasladaron, cruzando el Mediterráneo y la costa atlántica de la península en una barca de piedra sin timón (debería tratarse de piedra pómez o pumita, roca de origen volcánico que por su baja densidad es la única que flota en el agua). Sigue narrando la leyenda que llegaron a tierras de una legendaria reina llamada Lupa, a la que cristianizaron, quien terminó autorizando el sepelio del santo en sus dominios.

Prisciliano de Ávila, fue un obispo nacido en torno al año 340 en la provincia romana de Gallaecia. Gran opositor a la unión entre Iglesia y Estado, a la corrupción y las riquezas de los eclesiásticos, pronto contó con gran apoyo entre las clases populares.  Defendía una liturgia en la que el pan y el vino eran sustituidos por la leche y las uvas. Concebía una iglesia inclusiva, en la que tuvieran un papel importante colectivos excluidos por la iglesia romana (mujeres, esclavos…).

El priscilianismo se extendió por la parte más occidental del Imperio, perdurando hasta mediados del siglo VI. Pronto fue considerado una corriente herética por los jerarcas eclesiásticos y perseguidos. Tras muchas vicisitudes, Prisciliano y sus más allegados seguidores fueron juzgados, condenados y decapitados en Tréveris (Alemania) en el año 385, convirtiéndose así en los primeros “herejes” ajusticiados por la Iglesia Católica. Señalar la importancia de los cargos de brujería amparados en sus prácticas habituales, que incluían bailes en las ceremonias, lecturas de evangelios (incluidos los apócrifos) al anochecer en bosques o cuevas…

Los restos de Prisciliano, cuenta la leyenda, fueron trasladados por sus seguidores desde Tréveris a su tierra natal (Gallaecia), donde fueron soterrados lejos de lugar santo, ya que no se les permitió por haber sido condenado por brujería. También cuenta la leyenda que el camino seguido en el traslado de dichos restos se convertiría tiempo después en una de las rutas del camino xacobeo. Su decapitación no conllevó la desaparición de sus seguidores y sus creencias, siguieron reuniéndose en bosques, sufriendo la persecución y la aniquilación (muchos de ellos quemados en la hoguera), llegando a identificarlos algunos con los integrantes de lo que se denominó aquelarres, reuniones ilegales que finalmente se asociarían al mundo de las brujas pasando para siempre a la posteridad.

En conclusión, en ambos casos no existen evidencias históricas que argumenten el final de sus restos y que nos puedan ayudar a solucionar la cuestión. La coincidencia de haber sido ambos decapitados, facilita la duda, ya que en su momento el obispo Teodomiro creyó identificar los restos de Santiago al encontrar el esqueleto dentro del sepulcro con la cabeza seccionada y colocada bajo un brazo, pero quién dice que no podía tratarse de los restos del Prisciliano.

Quizás en un futuro próximo la Iglesia autorice a que se realicen pruebas objetivas que puedan determinar por fin si los restos que se veneran en la catedral corresponden a un individuo que vivió en la Hispania del siglo I o a uno que vivió en la Hispania del siglo IV (o quizás a otro que a saber cuándo vivió). Esta falta de verificación se une a otras muchas que abundan en el seno de la Iglesia Católica actual (como la Sábana Santa de Turín o el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia, por ejemplo) que relegan su autenticidad tristemente a una cuestión de fe.

 

                                      -- juancarl 20/19 --





viernes, 15 de febrero de 2019


“Florinda perdió su flor” e Hispania pasó a ser musulmana:

 Hispania visigoda, principios del siglo VIII. Tras la muerte del rey Witiza, el reino godo de la Península Ibérica estaba inmerso en una grave crisis política, social e institucional, la cual desembocó en guerra civil.

En uno de los bandos, se encontraba Roderico, más conocido como Don Rodrigo (Dux de la Bética quien sería el último rey visigodo de Hispania), elegido rey por consenso de la nobleza visigoda y no por herencia, cuyo reinado duraría apenas un año tras su coronación en el 710.

En el otro bando encontramos a Agila, hijo de Witiza y asociado a su trono, el cual a la muerte de su padre era apenas un niño. Nombrado monarca por sus partidarios como Agila II, reinó en la zona septentrional de la península (provincias romanas Tarraconense y Narbonense).

El enfrentamiento entre ambos propicia que Oppas, obispo de Sevilla y tío de Agila, solicite ayuda a los musulmanes para derrotar al ejército de Don Rodrigo y conseguir así que su sobrino reine en toda Hispania, resultado esta estratagema un grave error de cálculo, ya que una vez dueño de la situación los de la media luna, nunca le cederán el control a ningún monarca godo.

El 28 de abril del 711 tropas principalmente bereberes comandadas por Tariq ibn Ziyad (lugarteniente de Musa ibn Nusair, gobernador y general del califato damasquino Omeya en el norte de África) desembarcaron en Tarifa iniciando así la conquista de la península, gracias a la permisividad y a las naves de Don Julián, gobernador de Ceuta y Algeciras, quien propuso y facilitó la llegada de las tropas musulmanas a Hispania tras previas incursiones lucrativas por la costa de la Bahía de Algeciras que terminaron de convencer a Musa.

Tras días cruzando el estrecho en ambas direcciones los barcos de Don Julián transportando al contingente de Tariq, llegaron a concentrar a más de 7000 efectivos en el actual peñón de Gibraltar, desde donde empezaron el avance con la conquista y saqueo del territorio y poblaciones que encontraban a su paso. Don Rodrigo, informado de tal amenaza, se desplazó tan rápido como pudo con parte de su ejército desde el norte (donde estaban batallando contra los vascones) hacia la Bética, con la intención de frenar el avance. El choque entre los dos ejércitos se produjo junto al río Guadalete (Batalla de Guadalete), siendo el ejército godo derrotado y Don Rodrigo muerto en batalla (diversas fuentes no contrastadas narran que las fuerzas de los hijos de Witiza cubrían los flancos del contingente cristiano y que, en plena batalla, desertaron ayudando a los musulmanes a masacrar a las fuerzas leales a Don Rodrigo).

Tras esta gran derrota, las tropas de Tarik y de Musa avanzaron rápidamente por el territorio peninsular (pactando rendiciones más que luchando) llegando incluso a cruzar los Pirineos, donde fueron frenados por las tropas francas dirigidas por Carlos Martel en Poitiers (732).

Hasta aquí, los datos históricos de la invasión de Hispania y el nacimiento de la provincia califal de Al-Ándalus. Ahora, trataremos la historia/leyenda de Don Julián, su hija Florinda y Don Rodrigo, para intentar averiguar cuál pudo ser el motivo (o uno de ellos) que justificaran la traición de magnate cristiano.

El conde Don Julián, también conocido como Olbán, Urbán o Urbano, de origen godo o bizantino (por determinar) gobernaba con la ayuda de contingentes visigodos la zona del estrecho, punto clave para cualquier intento de invasión por la parte meridional de Hispania. Como era costumbre en la época, los hijos/as de la alta nobleza eran enviados a la corte (en este caso a Toledo) para mejorar su educación y sus contactos con los dirigentes. Y aquí fue donde, según cuenta la leyenda, se empezó a fraguar la desgracia.

Florinda, también llamada la Cava (despectivo), única hija de Don Julián y joven de gran belleza fue destinada al servicio personal del rey, concretamente a una tarea muy íntima como era la extracción de los ácaros producidos por la sarna de la que era víctima el monarca, labor que realizaba con amor reverente, sumo respeto y cuidado con un alfiler de oro. La joven, solía salir pasear con sus doncellas al atardecer por el cauce del río Tajo donde le gustaba refrescarse/asearse desnuda en sus frescas aguas. Al parecer, el monarca descubrió esa inocente costumbre y empezó a espiarla a escondidas desde un torreón cercano al puente de San Martín (conocido desde entonces como el torreón del Baño de la Cava) y a obsesionarse con su virginal cuerpo.

Aunque existen distintas versiones sobre lo que sucedió después (se enamoraron y mantuvieron relaciones sexuales consentidas, él la forzó ante la negativa de ella, …) la cuestión es que sintiéndose ultrajada (bien por la agresión sexual bien por la negativa de Don Rodrigo a casarse con ella) le escribió a su padre narrándole tal deshonor.  Don Julián, decidió ir a por ella y una vez de vuelta a Ceuta, vengar su honor de la forma más efectiva: privar al rey de su reino y de su vida.

Según sigue contando la leyenda, Don Julián acompañó a las fuerzas musulmanas en la invasión del territorio peninsular, participando en la Batalla de Guadalete y siendo él quien mató a Don Rodrigo en el campo de batalla (insisto, información no avalada por evidencias históricas, más cuando su cuerpo nunca fue hallado).

El final de Florinda tampoco es conocido, aunque sigue contando la leyenda que poco después, los transeúntes de aquellos lares empezaron a ver cerca del torreón una mujer (espectro) con la melena larga que vagaba en penitencia su desdicha en las frías noches toledanas.

Lo que sí queda claro es que, sin la colaboración del llamémosle “guardián del estrecho”, la invasión musulmana no se hubiese producido o se hubiese producido de forma más lenta y trabajada, dando quizás tiempo a los godos a unir todas sus fuerzas y organizarse para la defensa, pero eso ya nunca lo sabremos.

 

                                               - juancarl 20/19-




 

viernes, 30 de noviembre de 2018


Boabdil y la rendición de Granada: cobardía o sentido común e instinto de supervivencia

 La figura histórica de Muhamed Abú Abdallah (más conocido como Boabdil “el chico”), monarca nazarí que reinó desde Granada el último territorio de Al-Andalus tras casi ochocientos años de invasión musulmana de la Península Ibérica y de la Septimania, ha pasado a los anales de la Historia como un dirigente débil y con poca valentía que rindió su última fortaleza sin luchar, sin sacrificar su vida y la de sus seguidores en una épica batalla final que le habría catapultado al verde edén de los mártires musulmanes, ¿pero realmente es cierta esa indigna fama?

Cuentan las crónicas que desde su nacimiento fue perseguido por un negro presagio, por lo que fue apodado entre los musulmanes como el Zogoibi (el desventurado). Astrólogos consultados ante su nacimiento anunciaron que su único sino sería la pena y el infortunio, ya que llevaría a la muerte a todos los que le amasen y entre sus manos, la media luna se terminaría transformando en cruz.

Para no alargarnos en exceso, no vamos a entrar en detalles de su infancia y juventud, situándonos directamente en 1491, momento en que el monarca de treinta y tres años debe hacer frente a la que seguro va a ser la decisión más relevante en su vida. Tras siglos de reconquista cristiana, la presencia mahometana en esta península del sur de Europa ha quedado relegada a un reducido territorio que comprende el Reino, Emirato o Sultanato Nazarí de Granada. El joven emir debe hacer frente tanto a las ansias de los seguidores de la cruz por finalizar la expulsión de los musulmanes y ampliar así los dominios de la cristiandad, como a las guerras civiles internas del reino entre distintas facciones.

Los ejércitos de los Reyes Católicos, sitian desde abril la ciudad de Granada (habiendo saqueado las zonas limítrofes para asegurarse que no les puedan llegar ni refuerzos de tropas ni los imprescindibles víveres para la población que alargarían más tiempo el asedio).  Isabel y Fernando mandan construir una ciudad junto a la vega granadina para albergar a las tropas cristianas, la cual será conocida como Santa Fe.

Transcurrida la primavera y el verano, Boabdil es consciente de la situación crítica que viven: los alimentos empiezan a escasear y estallan aisladas revueltas lideradas por sus ciudadanos hambrientos que son sofocadas por sus tropas, con sus limitados destacamentos es imposible hacer frente a las numerosas fuerzas cristianas que protagonizan el sitio, la posibilidad de obtener refuerzos desde más allá del estrecho es impensable al controlar los cristianos la totalidad de los puertos de las costa de Al-Ándalus,…

Previsiblemente, estas circunstancias adversas le hicieron decantarse por la opción de, aprovechando sus dotes de hombre de estado, de buen político y negociador antes que guerrero, buscar la pervivencia de su pueblo y de su estirpe negociando la rendición de Granada, rendición no incondicional ya que, mediante las conocidas como “Capitulaciones de Granada”, se garantizaron derechos generosos para los vencidos (como la tolerancia hacia la religión musulmana, el respecto a la vida, a los bienes, a sus leyes, a su lengua,…).

El ansia de los Reyes Católicos por finiquitar una guerra que ya se alargaba diez años y que estaba suponiendo una sangría económica (junto con el ansia de pasar a la historia por ser los monarcas que finalizarían la larga reconquista peninsular) y el sacrificio por parte de Boabdil de renunciar a su reino y a la Alhambra, palacio-fortaleza que lo vio nacer, desembocaron en la firma de este tratado en el mes de noviembre tras arduas negociaciones, estableciéndose un plazo de dos meses para entregar el control de la ciudad, fijando finalmente la fecha del seis de enero de mil cuatrocientos noventa y dos.

Pero en previsión de posibles insubordinaciones o revueltas (que finalmente no llegarían a producirse), dicha fecha fue adelantada al día dos de enero. Según parece, por consejo del propio Boabdil, un destacamento de soldados cristianos bien armados entró a escondidas en la ciudad liderados por Gutierre de Cárdenas, maestre de Santiago y comendador mayor de León. Pronto se desplegaron por toda la muralla y sus principales torres, liberando a los presos cristianos allí recluidos. Después llegó la señal convenida, tres cañonazos y el grueso de las tropas cristianas accedieron al interior de la urbe.

El emir musulmán con su séquito, abandonó Granada por callejuelas poco frecuentadas para ir en busca de Isabel y Fernando, cumpliendo así con lo establecido en los acuerdos para la entrega de la ciudad.  El encuentro se realizó junto a la actual ermita de San Sebastián (en aquellos momentos rábida o morabito musulmán). Cuentan las crónicas que se trató de una breve ceremonia entre el monarca vencido y los reyes victoriosos, desarrollada en un ambiente exento de humillaciones, reinando la humildad de los protagonistas y el respeto al vencido (como por ejemplo la negativa del rey Fernando a que Boabdil bajara de su montura para reverenciarlo, con la famosa mano afectuosa del cristiano triunfador sobre el brazo árabe derrotado).

Isabel y Fernando, por miedo a encontrar desórdenes o alborotamientos entre la población musulmana de la urbe rendida, decidieron una vez finalizado el traspaso de poderes, retirarse nuevamente hasta Santa Fe, no accediendo a Granada hasta días después. Como curiosidad, para rememorar este encuentro, cada 2 de enero, justo a las tres de la tarde, las campanas de la Catedral de Granada tocan tres campanadas.

 

Hasta aquí podríamos decir que hemos expuesto lo más conocido, lo que suele aparecer en los libros texto formativos. Pero ¿qué pasó después de esto con Boabdil y los suyos? Pues bien, dentro de lo acordado para la rendición de Granada, los Reyes Católicos le concedieron un Señorío en las Alpujarras (concretamente en Laujar, actual Andarax) donde retirarse con sus seguidores. La famosa rendición de Granada, técnicamente más que una rendición fue una venta, ya que el jerarca nazarí recibió una gran suma de oro (se especula con 30.000 castellanos de la época, equivalentes a unos 138 kilos del preciado metal).

Siguiendo con lo acordado, Boabdil y sus huestes emprendieron la marcha hasta su nueva morada de noche, cargados con sus enseres y su cuantioso botín que le garantizaba seguir con una vida acomodada a partir de ese momento. Pese a la popularidad de las palabras teóricamente pronunciadas por Aixa, su madre (“Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”), no existe crónica alguna que lo autentifique, siendo más fruto de la creatividad de don Antonio de Guevara Noroña, Obispo de Guadix, quien muchos años después, cuando le relató la historia a doña Isabel de Portugal en su visita a Granada, incluyó está memorial frase para quizás ensalzar más la victoria cruzada.

Los Reyes Católicos, temerosos de futuros levantamientos de la población musulmana reclamando la vuelta de su Emir, exigieron como garantía el retener a 600 nazaríes, hijos de gente principal entre los que se encontraban dos hijos de Boabdil (Yúsef y Ahmed), los cuales llevaban ya años presos apartados de su familia.

 A cambio, le permitieron quedarse en sus posesiones de las Alpujarras todo el tiempo que quisiera, aunque finalmente no fue así ya que, aunque se desvinculó totalmente de su vida pública como monarca, se consideró que era muy arriesgado tenerlo “tan cerca de vecino” por lo que, de forma discreta, la corona española fue comprando sus posesiones (con la colaboración del alcaide Aben Comixa, quien tenía la misión de informar sobre todos su movimientos a los hombres de confianza de los Reyes Católicos), terminando finalmente por convencerle de la conveniencia de abandonar las tierras cristianas. A eso también ayudó la trágica muerte de su mujer Morayma en pleno parto, un año después de su llegada a las tierras almerienses.

 El 28 de agosto de 1493 Boabdil, tras solicitar y conseguir la libertad de sus hijos a los Reyes Católicos y recibir los últimos honores de Rey en España, embarcó junto con su séquito (unos 1120 granadinos) en el puerto de Adra en tres embarcaciones de la flota del comandante vasco don Íñigo de Artieta.

Según cuenta la leyenda, una vez embarcados, Boabdil lanzó su espada al mar y prometió volver a buscarla algún día, promesa que no pudo cumplir.

Su destino fue el puerto de Cazaza (a unos 15 km de Melilla), donde les esperaban una escolta del Sultán de Fez, quien gustosamente le había manifestado su aprobación para que establecieran su nueva estancia en sus dominios, concediéndoles solares para que se construyeran sus casas (emplazamiento que actualmente todavía es conocido como el barrio granadino).

Su nueva vida, establecido en Fez, discurrió de forma tranquila, apartado de la vida política (aunque ejerció de consejero del sultán). En 1533, encontró la muerte en plena batalla defendiendo la ciudad que le albergó en su día frente a las tropas jerifes.

Su cuerpo fue enterrado en una musalla (ermita, templete)  cercana a la Puerta de la Justicia de la medina de Fez.

Aquí termina esta exposición en la que he querido tratar la parte menos conocida popularmente de un personaje histórico de renombre, de un líder que, aunque pasó a la posteridad como falto de coraje y valor, quizás no fue justa la etiqueta que se le asignó.

Quizás jamás sepamos realmente qué le movió a tomar la decisión que tomó respecto a Granada, lo que sí que es cierto es que con esa dura decisión evitó la muerte segura de miles de granadinos (y de cristianos atacantes).
 

                                                  - juancarl 20/18-



 

viernes, 23 de noviembre de 2018


De las pocas cosas positivas que nos ha aportado la guerra a nuestra vida diaria.

Por todos es sabido las penalidades y desastres que acarrean las contiendas bélicas (tristemente aprendido a lo largo de nuestra historia), pero hoy quiero resaltar algunos objetos o expresiones que quizás desconocías su procedencia bélica. Aunque el abanico es mucho más amplio, voy a destacar los tres que más me sorprendieron en su día:

- El reloj de pulsera masculino

Hasta la I Guerra Mundial (1914-1918), los relojes de pulsera únicamente existían en formato femenino, ya que los hombres preferían usar sus relojes de bolsillo colgando de una fina cadena al estilo tradicional, considerando los de muñeca similares a una joya femenina.

Pero durante esta gran contienda, los pilotos de avión demandaron este formato de reloj debido a lo reducido de su espacio en cabina el cual le imposibilitaba consultar la hora sin descuidar los mandos de la aeronave, así como por lo reducido de su instrumentación a bordo, pasando a utilizar el reloj para calcular rumbos, distancias y horas de combustible. Viendo su facilidad de consulta, los relojes de pulsera también empezaron a usarse por los soldados en las trincheras, principalmente por los oficiales de artillería, los cuales se percataron que les permitía consultar el tiempo de disparo a la vez que calibraban los cañones.

Cartier y Philippe fueron los primeros fabricantes que mandaron a las tropas relojes de pulsera realizados con correas de cuero y protector de metal para el vidrio.

Finalizada la “Gran Guerra”, se impuso el uso masculino de los relojes de pulsera, convirtiéndose en un estándar.

- La expresión positiva “Ok”

Existen diversas teorías sobre la procedencia de la expresión “Ok”, desde la que le confiere un origen alemán (iniciales de “Obertst Kommandant”, utilizadas por soldados alemanes para identificar los comunicados militares), un origen griego (iniciales de “ola kala” que significa “todo está bien”) o un origen anglosajón (concretamente americano), fijando su primera utilización durante la Guerra de Secesión, cuando al regresar las tropas de una misión mostraban en un gran pizarra situada a la entrada del fuerte la frase de “0 Killed” (cero muertos), indicando que todo había salido bien y no había bajas que lamentar.

Sea cual sea su auténtico origen (algo imposible de averiguar actualmente), la expresión “Ok” se extendió por todo el planeta siendo siempre utilizada para expresar conformidad.

- El bolígrafo

Aunque su invención no se produjo en un ambiente castrense (fue un búlgaro llamado Lazlo Biro quien ideó el nuevo sistema de escritura para sustituir a las plumas estilográficas de tinta en 1938, ayudado por su hermano, químico de profesión. Desarrollaron un nuevo tipo de tinta más fluida y tras observar a unos niños jugando con canicas sobre un suelo con charcos, se percató que las bolas, al atravesar un charco de agua, dibujaban tras de sí una línea húmeda sobre la superficie seca de la calle), no sería hasta el transcurso de la II Guerra Mundial cuando se generalizaría su uso, especialmente por los pilotos de la RAF (Real Fuerza Aérea Británica) en sus bombarderos, al comprobar que funcionaba bien en altura, no afectándole los cambios de clima y la presión (las plumas estilográficas estallaban por la misma derramando su tinta sobre el uniforme de los pilotos), no secándose su tinta y perdurando ésta en el tiempo.

Una vez finalizado el conflicto, la producción de bolígrafos fue creciendo exponencialmente, cambiando de manos las patentes registradas y apareciendo distintas empresas especializadas, muchas de las cuales perviven en la actualidad.