De Compostela seguro, pero: ¿Santiago o Prisciliano? ¿Quién yace
allí?
Pese a
haber transcurrido ya muchos siglos desde el fallecimiento de ambos, todavía no
se ha confirmado o descartado quién descansa en la urna de plata venerada en la
mundialmente conocida catedral compostelana.
Las
leyendas lamentablemente prevalecen sobre las evidencias históricas, los
intereses religiosos y económicos prevalecen sobre la siempre necesaria
búsqueda de la verdad (o al menos descartar lo que seguro que no lo es). Disponiendo
de las últimas técnicas de datación de restos (carbono 14, métodos de la
fluorina, colágeno, …) resulta inverosímil que sigamos sin resolver esta
cuestión, quedando probado que se trata única y exclusivamente de una cuestión
de intereses. Han transcurrido muchas décadas desde que, en 1879, unos forenses
examinaran los restos allí custodiados y dictaminaran que se trataban de huesos
humanos muy antiguos y de varón, imposibilitados por los escasos recursos
técnicos de la época a poder concretar nada más. El Vaticano rápidamente
ratificó su pertenencia al apóstol para acallar las disputas.
Es por
todos conocido que la ciudad de Compostela recibe cada año millones de
peregrinos y turistas atraídos por la visita a su monumental templo llegados a
través de las diversas vías xacobeas, lo que lleva reportando desde hace muchos
siglos un reconocimiento internacional y unos ingresos ya no únicamente a la
ciudad, sino al país y al continente. Hablamos de unos de los principales focos
de peregrinación del orbe cristiano, el cual constituye junto a Roma, Lourdes o
Tierra Santa los principales destinos de atracción espiritual para los
creyentes cristianos.
Y
cualquier mente inquieta se puede estar preguntando: ¿Cuál es el motivo por el
que se ponga en duda la identidad de venerado? ¿No existen diferencias
importantes entre ambos personajes para que, aun excluyendo los métodos
científicos, se pueda resolver la intriga? Pues bien, vamos a exponer lo que
sabemos de ambos y que les une y les separa para intentar arrojar un poco de
luz, eso sí, avanzando que no llegaremos a nada concluyente.
El
descubrimiento de la tumba se produjo en el año 813, cuando un ermitaño llamado
Paio dijo observar unas luces sobre el monte Libredeón, situado en la antigua
Iria Flavia. Dando aviso a su señor, el obispo Teodomiro, descubren una antigua
necrópolis romana en la que destaca un sepulcro con tres tumbas con
inscripciones de simbología cristiana. Tras revisar su interior, el obispo
asegura que se trata de los restos del apóstol Santiago el Mayor, rodeado por
los de sus dos fieles discípulos (San Atanasio y San Teodoro).
Informado
de tal hallazgo el rey de León Alfonso II el Casto, el monarca ordena levantar
allí una ermita (que será el germen de la actual catedral). Tanto obispo como
monarca se sintieron muy afortunados con la aparición de la tumba ya que ambos
salían beneficiados. Por un lado, el obispo Teodomiro que recelaba de la
primacía que tenía el obispo de Toledo y le favoreció la circunstancia de
disponer de una reliquia de semejante importancia en su territorio lo que le situaba,
cuanto menos, a la misma altura que su colega toledano. Por otro lado, el monarca, amenazado por las
aspiraciones musulmanas de conquistar todo el territorio peninsular (recordar
que habían sobrepasado incluso los Pirineos, siendo frenados en Poitiers por
Carlos Martel) vio reforzada su autoridad frente al resto de reyes
peninsulares, unificando su reino bajo el cristianismo y utilizando la reliquia
del santo como estandarte fuerte bajo el que combatir a los sarracenos.
Ambos
coincidieron en actuar de forma rápida, propagando la noticia del hallazgo sin
dar tiempo ni posibilidad a ningún estudio o investigación por parte de
entendidos. Desde ese momento, las fuerzas de la cruz aseguraron contar en
muchos casos con la ayuda de Santiago en sus cruentas batallas, santo vestido
de blanco, montado sobre caballo blanco y matando moros encarecidamente. La
llamada Reconquista desde ese momento fue triunfando lenta pero imparablemente.
Alrededor
del sepulcro se irá conformando la urbe de Compostela de ahí el origen de su
nombre que en latín “Compositum” significa “lugar de enterramiento”. El que
tiempo después Almanzor arrasara la ciudad y respetara las reliquias veneradas
afianzó todavía más el carácter sagrado de los restos depositados.
Santiago el Mayor, discípulo de Jesús y
hermano de Juan el Evangelista murió decapitado por orden de Herodes Agripa I
en Jerusalén en el año 44. No existen evidencias históricas que demuestren que
predicara por tierras de Hispania, aunque en una breve biografía del santo
escrita por San Isidoro de Sevilla éste lo confirma y concreta incluso la
ubicación de su sepulcro, teóricamente doscientos años antes de su hallazgo (tal
obra se desestima como evidencia histórica ya que se entiende sobrescrita con
posterioridad al descubrimiento del sepulcro).
Hay que
recurrir a la leyenda para explicar cómo pudo ser enterrado el cuerpo
decapitado del santo a 5000Km de donde fue ajusticiado. Según la misma, los
discípulos del santo, Teodoro y Atanasio, se hicieron cargo del cuerpo y lo
trasladaron, cruzando el Mediterráneo y la costa atlántica de la península en
una barca de piedra sin timón (debería tratarse de piedra pómez o pumita, roca
de origen volcánico que por su baja densidad es la única que flota en el agua).
Sigue narrando la leyenda que llegaron a tierras de una legendaria reina llamada
Lupa, a la que cristianizaron, quien terminó autorizando el sepelio del santo
en sus dominios.
Prisciliano
de Ávila, fue un obispo nacido en torno al año 340 en la provincia romana de Gallaecia.
Gran opositor a la unión entre Iglesia y Estado, a la corrupción y las riquezas
de los eclesiásticos, pronto contó con gran apoyo entre las clases
populares. Defendía una liturgia en la que
el pan y el vino eran sustituidos por la leche y las uvas. Concebía una iglesia
inclusiva, en la que tuvieran un papel importante colectivos excluidos por la
iglesia romana (mujeres, esclavos…).
El
priscilianismo se extendió por la parte más occidental del Imperio, perdurando
hasta mediados del siglo VI. Pronto fue considerado una corriente herética por
los jerarcas eclesiásticos y perseguidos. Tras muchas vicisitudes, Prisciliano
y sus más allegados seguidores fueron juzgados, condenados y decapitados en
Tréveris (Alemania) en el año 385, convirtiéndose así en los primeros “herejes”
ajusticiados por la Iglesia Católica. Señalar la importancia de los cargos de
brujería amparados en sus prácticas habituales, que incluían bailes en las
ceremonias, lecturas de evangelios (incluidos los apócrifos) al anochecer en
bosques o cuevas…
Los
restos de Prisciliano, cuenta la leyenda, fueron trasladados por sus seguidores
desde Tréveris a su tierra natal (Gallaecia), donde fueron soterrados lejos de
lugar santo, ya que no se les permitió por haber sido condenado por brujería.
También cuenta la leyenda que el camino seguido en el traslado de dichos restos
se convertiría tiempo después en una de las rutas del camino xacobeo. Su
decapitación no conllevó la desaparición de sus seguidores y sus creencias,
siguieron reuniéndose en bosques, sufriendo la persecución y la aniquilación
(muchos de ellos quemados en la hoguera), llegando a identificarlos algunos con
los integrantes de lo que se denominó aquelarres, reuniones ilegales que
finalmente se asociarían al mundo de las brujas pasando para siempre a la
posteridad.
En
conclusión, en ambos casos no existen evidencias históricas que argumenten el
final de sus restos y que nos puedan ayudar a solucionar la cuestión. La
coincidencia de haber sido ambos decapitados, facilita la duda, ya que en su
momento el obispo Teodomiro creyó identificar los restos de Santiago al
encontrar el esqueleto dentro del sepulcro con la cabeza seccionada y colocada
bajo un brazo, pero quién dice que no podía tratarse de los restos del
Prisciliano.
Quizás
en un futuro próximo la Iglesia autorice a que se realicen pruebas objetivas
que puedan determinar por fin si los restos que se veneran en la catedral
corresponden a un individuo que vivió en la Hispania del siglo I o a uno que
vivió en la Hispania del siglo IV (o quizás a otro que a saber cuándo vivió).
Esta falta de verificación se une a otras muchas que abundan en el seno de la
Iglesia Católica actual (como la Sábana Santa de Turín o el Santo Cáliz de la
Catedral de Valencia, por ejemplo) que relegan su autenticidad tristemente a
una cuestión de fe.
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juancarl 20/19 --
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