viernes, 1 de marzo de 2019


De Compostela seguro, pero: ¿Santiago o Prisciliano? ¿Quién yace allí?

Pese a haber transcurrido ya muchos siglos desde el fallecimiento de ambos, todavía no se ha confirmado o descartado quién descansa en la urna de plata venerada en la mundialmente conocida catedral compostelana.

Las leyendas lamentablemente prevalecen sobre las evidencias históricas, los intereses religiosos y económicos prevalecen sobre la siempre necesaria búsqueda de la verdad (o al menos descartar lo que seguro que no lo es). Disponiendo de las últimas técnicas de datación de restos (carbono 14, métodos de la fluorina, colágeno, …) resulta inverosímil que sigamos sin resolver esta cuestión, quedando probado que se trata única y exclusivamente de una cuestión de intereses. Han transcurrido muchas décadas desde que, en 1879, unos forenses examinaran los restos allí custodiados y dictaminaran que se trataban de huesos humanos muy antiguos y de varón, imposibilitados por los escasos recursos técnicos de la época a poder concretar nada más. El Vaticano rápidamente ratificó su pertenencia al apóstol para acallar las disputas.

Es por todos conocido que la ciudad de Compostela recibe cada año millones de peregrinos y turistas atraídos por la visita a su monumental templo llegados a través de las diversas vías xacobeas, lo que lleva reportando desde hace muchos siglos un reconocimiento internacional y unos ingresos ya no únicamente a la ciudad, sino al país y al continente. Hablamos de unos de los principales focos de peregrinación del orbe cristiano, el cual constituye junto a Roma, Lourdes o Tierra Santa los principales destinos de atracción espiritual para los creyentes cristianos.

Y cualquier mente inquieta se puede estar preguntando: ¿Cuál es el motivo por el que se ponga en duda la identidad de venerado? ¿No existen diferencias importantes entre ambos personajes para que, aun excluyendo los métodos científicos, se pueda resolver la intriga? Pues bien, vamos a exponer lo que sabemos de ambos y que les une y les separa para intentar arrojar un poco de luz, eso sí, avanzando que no llegaremos a nada concluyente.

El descubrimiento de la tumba se produjo en el año 813, cuando un ermitaño llamado Paio dijo observar unas luces sobre el monte Libredeón, situado en la antigua Iria Flavia. Dando aviso a su señor, el obispo Teodomiro, descubren una antigua necrópolis romana en la que destaca un sepulcro con tres tumbas con inscripciones de simbología cristiana. Tras revisar su interior, el obispo asegura que se trata de los restos del apóstol Santiago el Mayor, rodeado por los de sus dos fieles discípulos (San Atanasio y San Teodoro).

Informado de tal hallazgo el rey de León Alfonso II el Casto, el monarca ordena levantar allí una ermita (que será el germen de la actual catedral). Tanto obispo como monarca se sintieron muy afortunados con la aparición de la tumba ya que ambos salían beneficiados. Por un lado, el obispo Teodomiro que recelaba de la primacía que tenía el obispo de Toledo y le favoreció la circunstancia de disponer de una reliquia de semejante importancia en su territorio lo que le situaba, cuanto menos, a la misma altura que su colega toledano.  Por otro lado, el monarca, amenazado por las aspiraciones musulmanas de conquistar todo el territorio peninsular (recordar que habían sobrepasado incluso los Pirineos, siendo frenados en Poitiers por Carlos Martel) vio reforzada su autoridad frente al resto de reyes peninsulares, unificando su reino bajo el cristianismo y utilizando la reliquia del santo como estandarte fuerte bajo el que combatir a los sarracenos.

Ambos coincidieron en actuar de forma rápida, propagando la noticia del hallazgo sin dar tiempo ni posibilidad a ningún estudio o investigación por parte de entendidos. Desde ese momento, las fuerzas de la cruz aseguraron contar en muchos casos con la ayuda de Santiago en sus cruentas batallas, santo vestido de blanco, montado sobre caballo blanco y matando moros encarecidamente. La llamada Reconquista desde ese momento fue triunfando lenta pero imparablemente.

Alrededor del sepulcro se irá conformando la urbe de Compostela de ahí el origen de su nombre que en latín “Compositum” significa “lugar de enterramiento”. El que tiempo después Almanzor arrasara la ciudad y respetara las reliquias veneradas afianzó todavía más el carácter sagrado de los restos depositados.

 Santiago el Mayor, discípulo de Jesús y hermano de Juan el Evangelista murió decapitado por orden de Herodes Agripa I en Jerusalén en el año 44. No existen evidencias históricas que demuestren que predicara por tierras de Hispania, aunque en una breve biografía del santo escrita por San Isidoro de Sevilla éste lo confirma y concreta incluso la ubicación de su sepulcro, teóricamente doscientos años antes de su hallazgo (tal obra se desestima como evidencia histórica ya que se entiende sobrescrita con posterioridad al descubrimiento del sepulcro).

Hay que recurrir a la leyenda para explicar cómo pudo ser enterrado el cuerpo decapitado del santo a 5000Km de donde fue ajusticiado. Según la misma, los discípulos del santo, Teodoro y Atanasio, se hicieron cargo del cuerpo y lo trasladaron, cruzando el Mediterráneo y la costa atlántica de la península en una barca de piedra sin timón (debería tratarse de piedra pómez o pumita, roca de origen volcánico que por su baja densidad es la única que flota en el agua). Sigue narrando la leyenda que llegaron a tierras de una legendaria reina llamada Lupa, a la que cristianizaron, quien terminó autorizando el sepelio del santo en sus dominios.

Prisciliano de Ávila, fue un obispo nacido en torno al año 340 en la provincia romana de Gallaecia. Gran opositor a la unión entre Iglesia y Estado, a la corrupción y las riquezas de los eclesiásticos, pronto contó con gran apoyo entre las clases populares.  Defendía una liturgia en la que el pan y el vino eran sustituidos por la leche y las uvas. Concebía una iglesia inclusiva, en la que tuvieran un papel importante colectivos excluidos por la iglesia romana (mujeres, esclavos…).

El priscilianismo se extendió por la parte más occidental del Imperio, perdurando hasta mediados del siglo VI. Pronto fue considerado una corriente herética por los jerarcas eclesiásticos y perseguidos. Tras muchas vicisitudes, Prisciliano y sus más allegados seguidores fueron juzgados, condenados y decapitados en Tréveris (Alemania) en el año 385, convirtiéndose así en los primeros “herejes” ajusticiados por la Iglesia Católica. Señalar la importancia de los cargos de brujería amparados en sus prácticas habituales, que incluían bailes en las ceremonias, lecturas de evangelios (incluidos los apócrifos) al anochecer en bosques o cuevas…

Los restos de Prisciliano, cuenta la leyenda, fueron trasladados por sus seguidores desde Tréveris a su tierra natal (Gallaecia), donde fueron soterrados lejos de lugar santo, ya que no se les permitió por haber sido condenado por brujería. También cuenta la leyenda que el camino seguido en el traslado de dichos restos se convertiría tiempo después en una de las rutas del camino xacobeo. Su decapitación no conllevó la desaparición de sus seguidores y sus creencias, siguieron reuniéndose en bosques, sufriendo la persecución y la aniquilación (muchos de ellos quemados en la hoguera), llegando a identificarlos algunos con los integrantes de lo que se denominó aquelarres, reuniones ilegales que finalmente se asociarían al mundo de las brujas pasando para siempre a la posteridad.

En conclusión, en ambos casos no existen evidencias históricas que argumenten el final de sus restos y que nos puedan ayudar a solucionar la cuestión. La coincidencia de haber sido ambos decapitados, facilita la duda, ya que en su momento el obispo Teodomiro creyó identificar los restos de Santiago al encontrar el esqueleto dentro del sepulcro con la cabeza seccionada y colocada bajo un brazo, pero quién dice que no podía tratarse de los restos del Prisciliano.

Quizás en un futuro próximo la Iglesia autorice a que se realicen pruebas objetivas que puedan determinar por fin si los restos que se veneran en la catedral corresponden a un individuo que vivió en la Hispania del siglo I o a uno que vivió en la Hispania del siglo IV (o quizás a otro que a saber cuándo vivió). Esta falta de verificación se une a otras muchas que abundan en el seno de la Iglesia Católica actual (como la Sábana Santa de Turín o el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia, por ejemplo) que relegan su autenticidad tristemente a una cuestión de fe.

 

                                      -- juancarl 20/19 --





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