viernes, 30 de noviembre de 2018


Boabdil y la rendición de Granada: cobardía o sentido común e instinto de supervivencia

 La figura histórica de Muhamed Abú Abdallah (más conocido como Boabdil “el chico”), monarca nazarí que reinó desde Granada el último territorio de Al-Andalus tras casi ochocientos años de invasión musulmana de la Península Ibérica y de la Septimania, ha pasado a los anales de la Historia como un dirigente débil y con poca valentía que rindió su última fortaleza sin luchar, sin sacrificar su vida y la de sus seguidores en una épica batalla final que le habría catapultado al verde edén de los mártires musulmanes, ¿pero realmente es cierta esa indigna fama?

Cuentan las crónicas que desde su nacimiento fue perseguido por un negro presagio, por lo que fue apodado entre los musulmanes como el Zogoibi (el desventurado). Astrólogos consultados ante su nacimiento anunciaron que su único sino sería la pena y el infortunio, ya que llevaría a la muerte a todos los que le amasen y entre sus manos, la media luna se terminaría transformando en cruz.

Para no alargarnos en exceso, no vamos a entrar en detalles de su infancia y juventud, situándonos directamente en 1491, momento en que el monarca de treinta y tres años debe hacer frente a la que seguro va a ser la decisión más relevante en su vida. Tras siglos de reconquista cristiana, la presencia mahometana en esta península del sur de Europa ha quedado relegada a un reducido territorio que comprende el Reino, Emirato o Sultanato Nazarí de Granada. El joven emir debe hacer frente tanto a las ansias de los seguidores de la cruz por finalizar la expulsión de los musulmanes y ampliar así los dominios de la cristiandad, como a las guerras civiles internas del reino entre distintas facciones.

Los ejércitos de los Reyes Católicos, sitian desde abril la ciudad de Granada (habiendo saqueado las zonas limítrofes para asegurarse que no les puedan llegar ni refuerzos de tropas ni los imprescindibles víveres para la población que alargarían más tiempo el asedio).  Isabel y Fernando mandan construir una ciudad junto a la vega granadina para albergar a las tropas cristianas, la cual será conocida como Santa Fe.

Transcurrida la primavera y el verano, Boabdil es consciente de la situación crítica que viven: los alimentos empiezan a escasear y estallan aisladas revueltas lideradas por sus ciudadanos hambrientos que son sofocadas por sus tropas, con sus limitados destacamentos es imposible hacer frente a las numerosas fuerzas cristianas que protagonizan el sitio, la posibilidad de obtener refuerzos desde más allá del estrecho es impensable al controlar los cristianos la totalidad de los puertos de las costa de Al-Ándalus,…

Previsiblemente, estas circunstancias adversas le hicieron decantarse por la opción de, aprovechando sus dotes de hombre de estado, de buen político y negociador antes que guerrero, buscar la pervivencia de su pueblo y de su estirpe negociando la rendición de Granada, rendición no incondicional ya que, mediante las conocidas como “Capitulaciones de Granada”, se garantizaron derechos generosos para los vencidos (como la tolerancia hacia la religión musulmana, el respecto a la vida, a los bienes, a sus leyes, a su lengua,…).

El ansia de los Reyes Católicos por finiquitar una guerra que ya se alargaba diez años y que estaba suponiendo una sangría económica (junto con el ansia de pasar a la historia por ser los monarcas que finalizarían la larga reconquista peninsular) y el sacrificio por parte de Boabdil de renunciar a su reino y a la Alhambra, palacio-fortaleza que lo vio nacer, desembocaron en la firma de este tratado en el mes de noviembre tras arduas negociaciones, estableciéndose un plazo de dos meses para entregar el control de la ciudad, fijando finalmente la fecha del seis de enero de mil cuatrocientos noventa y dos.

Pero en previsión de posibles insubordinaciones o revueltas (que finalmente no llegarían a producirse), dicha fecha fue adelantada al día dos de enero. Según parece, por consejo del propio Boabdil, un destacamento de soldados cristianos bien armados entró a escondidas en la ciudad liderados por Gutierre de Cárdenas, maestre de Santiago y comendador mayor de León. Pronto se desplegaron por toda la muralla y sus principales torres, liberando a los presos cristianos allí recluidos. Después llegó la señal convenida, tres cañonazos y el grueso de las tropas cristianas accedieron al interior de la urbe.

El emir musulmán con su séquito, abandonó Granada por callejuelas poco frecuentadas para ir en busca de Isabel y Fernando, cumpliendo así con lo establecido en los acuerdos para la entrega de la ciudad.  El encuentro se realizó junto a la actual ermita de San Sebastián (en aquellos momentos rábida o morabito musulmán). Cuentan las crónicas que se trató de una breve ceremonia entre el monarca vencido y los reyes victoriosos, desarrollada en un ambiente exento de humillaciones, reinando la humildad de los protagonistas y el respeto al vencido (como por ejemplo la negativa del rey Fernando a que Boabdil bajara de su montura para reverenciarlo, con la famosa mano afectuosa del cristiano triunfador sobre el brazo árabe derrotado).

Isabel y Fernando, por miedo a encontrar desórdenes o alborotamientos entre la población musulmana de la urbe rendida, decidieron una vez finalizado el traspaso de poderes, retirarse nuevamente hasta Santa Fe, no accediendo a Granada hasta días después. Como curiosidad, para rememorar este encuentro, cada 2 de enero, justo a las tres de la tarde, las campanas de la Catedral de Granada tocan tres campanadas.

 

Hasta aquí podríamos decir que hemos expuesto lo más conocido, lo que suele aparecer en los libros texto formativos. Pero ¿qué pasó después de esto con Boabdil y los suyos? Pues bien, dentro de lo acordado para la rendición de Granada, los Reyes Católicos le concedieron un Señorío en las Alpujarras (concretamente en Laujar, actual Andarax) donde retirarse con sus seguidores. La famosa rendición de Granada, técnicamente más que una rendición fue una venta, ya que el jerarca nazarí recibió una gran suma de oro (se especula con 30.000 castellanos de la época, equivalentes a unos 138 kilos del preciado metal).

Siguiendo con lo acordado, Boabdil y sus huestes emprendieron la marcha hasta su nueva morada de noche, cargados con sus enseres y su cuantioso botín que le garantizaba seguir con una vida acomodada a partir de ese momento. Pese a la popularidad de las palabras teóricamente pronunciadas por Aixa, su madre (“Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”), no existe crónica alguna que lo autentifique, siendo más fruto de la creatividad de don Antonio de Guevara Noroña, Obispo de Guadix, quien muchos años después, cuando le relató la historia a doña Isabel de Portugal en su visita a Granada, incluyó está memorial frase para quizás ensalzar más la victoria cruzada.

Los Reyes Católicos, temerosos de futuros levantamientos de la población musulmana reclamando la vuelta de su Emir, exigieron como garantía el retener a 600 nazaríes, hijos de gente principal entre los que se encontraban dos hijos de Boabdil (Yúsef y Ahmed), los cuales llevaban ya años presos apartados de su familia.

 A cambio, le permitieron quedarse en sus posesiones de las Alpujarras todo el tiempo que quisiera, aunque finalmente no fue así ya que, aunque se desvinculó totalmente de su vida pública como monarca, se consideró que era muy arriesgado tenerlo “tan cerca de vecino” por lo que, de forma discreta, la corona española fue comprando sus posesiones (con la colaboración del alcaide Aben Comixa, quien tenía la misión de informar sobre todos su movimientos a los hombres de confianza de los Reyes Católicos), terminando finalmente por convencerle de la conveniencia de abandonar las tierras cristianas. A eso también ayudó la trágica muerte de su mujer Morayma en pleno parto, un año después de su llegada a las tierras almerienses.

 El 28 de agosto de 1493 Boabdil, tras solicitar y conseguir la libertad de sus hijos a los Reyes Católicos y recibir los últimos honores de Rey en España, embarcó junto con su séquito (unos 1120 granadinos) en el puerto de Adra en tres embarcaciones de la flota del comandante vasco don Íñigo de Artieta.

Según cuenta la leyenda, una vez embarcados, Boabdil lanzó su espada al mar y prometió volver a buscarla algún día, promesa que no pudo cumplir.

Su destino fue el puerto de Cazaza (a unos 15 km de Melilla), donde les esperaban una escolta del Sultán de Fez, quien gustosamente le había manifestado su aprobación para que establecieran su nueva estancia en sus dominios, concediéndoles solares para que se construyeran sus casas (emplazamiento que actualmente todavía es conocido como el barrio granadino).

Su nueva vida, establecido en Fez, discurrió de forma tranquila, apartado de la vida política (aunque ejerció de consejero del sultán). En 1533, encontró la muerte en plena batalla defendiendo la ciudad que le albergó en su día frente a las tropas jerifes.

Su cuerpo fue enterrado en una musalla (ermita, templete)  cercana a la Puerta de la Justicia de la medina de Fez.

Aquí termina esta exposición en la que he querido tratar la parte menos conocida popularmente de un personaje histórico de renombre, de un líder que, aunque pasó a la posteridad como falto de coraje y valor, quizás no fue justa la etiqueta que se le asignó.

Quizás jamás sepamos realmente qué le movió a tomar la decisión que tomó respecto a Granada, lo que sí que es cierto es que con esa dura decisión evitó la muerte segura de miles de granadinos (y de cristianos atacantes).
 

                                                  - juancarl 20/18-



 

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