viernes, 27 de abril de 2018


El 2419-D, testigo mudo del honor herido y del revanchismo que terminan propiciando contiendas mundiales:

Europa, primera mitad del siglo XX.  Tras cuatro duros años de contienda, tras la muerte de más de nueve millones de soldados y veintiún millones de heridos, en la madrugada del día 11 de noviembre de 1918 se ponía fin al conflicto armado mediante la firma de un armisticio en el que Alemania aceptaba una rendición total y sin condiciones, asumiendo toda la culpabilidad del inicio de la guerra y obligándose a sufragar ingentes indemnizaciones a los vencedores para resarcirlos de las pérdidas sufridas. Dicho documento se firma en territorio francés, concretamente en una antigua zona de maniobras situada en un claro del bosque de Rethondes, muy cerca de Compiègne, a unos 90 kilómetros al norte de París.

Resulta sorprendente que, para la firma de este importante documento (considerado uno de los más transcendentales del siglo XX), no se decanten por un ambiente más grandioso y espectacular como podría haber sido un suntuoso salón de uno de los maravillosos palacios con los que contaban los galo, prefiriendo finalmente materializarlo en un vagón de tren, eso sí, un tren habilitado para la ocasión.
 
El 7 de octubre de 1918 el Ministerio de la Guerra francés solicita a la CIWL (Compagnie Internationale des Wagons-Lits) diversas unidades para la formación de un tren especial destinado al Alto Mando francés. La CIWL ordena a los talleres que preparen los vagones restaurante 2418 y 2419, el coche-cama 1888 y el coche salón 2343, así como dos furgones. El 15 de octubre el Tte. Coronel Loiseleur pide que uno de los vagones sea habilitado como despacho y sala de reuniones para ser utilizado por el Mariscal Ferdinand Foch, por lo que el 2419-D es transformado en una confortable sala de reuniones a la que se dota de una mesa de 2,5mx1,5m con diez sillas alrededor, mapas geográficos, aparatos de comunicaciones, secretaría, … El día 28 de octubre, en medio de un gran secreto, el tren especial sale de talleres dirigiéndose por vías no habituales hacia su destino.

El vagón 2419-D pertenecía a la serie 2400, de la que se fabricaron 21 vagones-restaurantes de lujo, que por encargo de la CIWL fabricó en 1912 la empresa Societé General des Ateliers de Sain Denis. Se trataba de vagones con dos bogies de dos ejes, revestidos de madera de teca y dotados de amplias ventanillas que permitían una gran luminosidad durante el día. El grupo encargado comprendía los números del 2403 al 2424. El 2419-D es entregado el 20 de mayo e inicia sus servicios el 4 de junio del mismo año en el recorrido París-Montparnasse-Saint Briens (Bretagne).

A las cinco de la mañana de ese día 11 de noviembre de 1918, tras arduas jornadas de negociación, las delegaciones alemanas y francesas llegan a un acuerdo que propicia la firma de dicho armisticio. La delegación alemana, encabezada por el Secretario de Estado Mathias Erzberger, había partido cuatro días antes en coche desde Alemania con instrucciones claras del canciller alemán de aceptar, in extremis, las condiciones que fuesen necesarias para evitar en lo posible tanto una invasión del país que consideraban inminente, como la humillación para el ejército del Káiser. Una vez llegaron al límite de la zona neutral, subieron a un tren militar francés que les estaba esperando para trasladarlos a un destino desconocido para ellos y que finalmente sería Compiègne. En dicho tren militar, se había incluido un vagón-salón denominado “Emperador Napoleón III”, tachada esta acción por los alemanes como una callada venganza a la francesa de la vergonzosa derrota de la batalla de Sedán (1870) en la que fue capturado Napoleón III y supuso la derrota gala en la Guerra franco-prusiana.

La delegación francesa estaba encabezada por el Mariscal Foch, quien había convertido aquel ferrocarril en su cuartel general. Ellos fueron los firmantes y testigos del acuerdo, el cual fijaba el cese total de hostilidades a partir de las once de la mañana de ese mismo día, es decir, a las 11 horas del día 11 del mes 11 (¿casualidad, superstición, …?). Será al año siguiente cuando, con la firma del Tratado de Versalles, se termine oficialmente el estado de guerra entre la Alemania de segundo Reich y los Aliados de la Primera Guerra Mundial.

Entre las muchas consecuencias derivadas de la firma de ese armisticio aquella madrugada en aquel vagón quiero destacar el precio que tuvo que pagar el firmante por parte alemana, Mathias Erzberger, quien se convertiría en una víctima más de la guerra, sufriendo una campaña de calumnias de la extrema derecha alemana a su regreso que propiciaron inicialmente su renuncia al cargo y posteriormente su asesinato, llevado a cabo por dos miembros de una organización nacionalista poco después mientras daba un paseo por la Selva Negra.

El 4 de agosto de 1919, el presidente de la CIWL, atendiendo la petición del General Gassoin, dona el vagón 2419-D al Museo del Ejército, ubicado en Los Inválidos, ya convertido en monumento histórico y en cuyo interior se colocó una placa conmemorativa de la donación. La ubicación elegida en el museo para exponerlo no fue la más acertada, ya que, al estar a la intemperie, sufrió un significante deterioro. Tras diversas protestas tanto del público como de diversas instituciones y ante el silencio de la administración francesa, un millonario norteamericano (Arthur Henry Flemming) se ofreció a correr con los gastos de restauración. En 1927, una vez recuperada su mejor imagen, se trasladó el vagón-restaurante a Compiegne, a su nueva casa, un edificio construido exprofeso sufragado también por el magnate americano.

Pero aquí no terminó la relevancia histórica de este elemento ferroviario. Lamentablemente, las duras condiciones impuestas a Alemania, la humillación sufrida por el pueblo alemán, la obligación a asumir toda responsabilidad sobre el origen del conflicto, … fue el combustible que prendió la mecha de los nacionalistas y la extrema derecha que permitió el ascenso del Partido Nazi de Hitler al poder, y con ello, el inicio de una nueva contienda mundial.

En 1940 tras el avance imparable alemán, Francia se ve forzada a pedir un armisticio, repitiéndose la situación más de dos décadas después, pero esta vez, aunque los interlocutores son los mismo, los papeles están cambiados. Hitler, con aires de venganza, da las órdenes a las SS de volar parte de la fachada del edificio donde se encontraba el vagón para trasladarlo al sitio exacto donde se firmó el anterior armisticio. En la mañana del 22 de junio de 1940, nuevamente se reúnen dos Delegaciones. Por parte de Alemania, Adolf Hitler, el Mariscal Goering, y otros jerarcas militares componían la delegación. Por parte francesa, presidía la delegación el General Huntziger, arropado por otros militares y políticos. Se procedió por parte alemana a la lectura de las condiciones del armisticio y a su término, el Führer Adolf Hitler, se levantó, saludó a la delegación francesa, y seguido de sus acompañantes salió del vagón. En ese momento, eran las 15’42. Ese mismo día, a las 18’42 se firma el armisticio entre Francia y Alemania.


El Gobierno alemán, una vez escenificada la firma, toma posesión del vagón 2419-D como trofeo de guerra y el Alto Estado Mayor de la Wehrmacht lleva a cabo las medidas necesarias para el transporte por carretera del citado vagón y su exhibición en Berlín. Previamente se procede al levantamiento de las vías de la explanada de Rethondes y a la destrucción de la edificación, que desde 1927 había contenido el vagón. A su llegada a Berlín, fue instalado en el centro de la Plaza Lustgarten, frente al antiguo Museo de la Ciudad, donde quedó expuesto al público, que en gran número acudía a ver aquella reliquia y trofeo, que además contenía el original del Tratado de Versalles de 1919.

Transcurrido el tiempo de exposición, el vagón se llevó a las cocheras de la Estación de Anhalt, en el mismo Berlín. Posteriormente, y por razones de seguridad, el vagón fue trasladado a una importante Base de la Wehrmacht, sita en las proximidades de Berlín, en plenos bosques de Turingia. Según avanzaba el desarrollo de la guerra, este importante centro militar fue objeto de intensos bombardeos aéreos, por lo que a finales de 1944 Hitler encarga a las SS su custodia y traslado a lugar seguro. En un primer momento, es llevado a la estación de Sperenberg, pero en febrero de 1945, la proximidad del frente hace necesario trasladarlo a la estación de Rhula, situándolo en una vía de estacionamiento, siendo cubierto con un toldo y camuflado. En marzo, el avance del enemigo obliga nuevamente a las fuerzas de las SS que lo protegen a trasladarlo a Ohrdruf, pero la proximidad de las tropas americanas (que ocupan Ohrdruf el 4 de abril) obliga, una vez más a trasladarlo, esta vez a Crawinkel, situándolo en una vía secundaria que se encuentra en una zona boscosa. Las posibilidades de desplazarse a otro lugar son nulas, puesto que la zona está prácticamente rodeada, por lo que las SS, reciben orden de destruirlo (quizás por miedo de los dirigentes nazis a que fuese recuperado por las tropas aliadas y empleado por ellos para plasmar en él una nueva humillación de Alemania) procediendo a su voladura y posterior incendio. El 11 de abril de 1945 los americanos ocupan Crawinkel y encuentran los restos del vagón 2419-D.

Terminada la guerra, nuevamente el gobierno francés se dirige a la CIWL para ver la posibilidad de sustituir el destruido vagón. Tras una búsqueda que comprendió Finlandia, Grecia, Rumania, Bélgica, Marruecos, Turquía y hasta China, se encontró el WR 2439, en un estado de chasis y estructura pasable, ya que los revestimientos interiores y exteriores, al ser de madera, prácticamente habían desaparecido. Tras un meticuloso trabajo en sus talleres siguiendo los planos originales, un renovado 2419 es entregado a las autoridades francesas y el 11 de Noviembre de 1950, en el reconstruido edificio sito en la también restaurada explanada de Compiègne, es instalado con todos los honores, lugar en el que puede contemplarse actualmente.

Hasta aquí la exposición de lo vivido por este elemento ferroviario que se vio inmerso sin buscarlo en uno de los protagonistas silenciosos de las dos guerras mundiales que han masacrado a la humanidad hasta la fecha.

 

                                               - juancarl 20/18 -
 


jueves, 19 de abril de 2018

Origen histórico de las afamadas Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy:

Villa de Alcoy, abril 1276. Pequeña población fortificada situada en lugar estratégico en la frontera entre el reino cristiano y el reino musulmán, casi asilada por su orografía en la antigua vía romana, fue conquistada a los árabes a mediados del siglo XIII por Jaume I de Aragón (El Conquistador) y anexionada al Reino de Valencia, siendo repoblada por orden real por 28 colonos cristianos y concediéndole para su mayor seguridad en 1256, el privilegio de no tener población musulmana dentro del recinto de sus murallas. Hay que señalar que su toponimia actual (Alcoy), apareció por primera vez citada en el “Llibre dels fets” o “Crónica de Jaume I” que el propio monarca dictó relatando su vida y sus principales gestas.

Pero la pacificación del territorio no fue automática. Diversos grupos guerreros árabes tenían atemorizada a toda la región con frecuentes pillajes y ataques a las villas cristianas. Jaume I, con la intención de reforzar la seguridad de las villas de Alcoy y Cocentaina, mandó en 1276 cuarenta de sus mejores caballeros a prestar servicios de armas en ambas poblaciones.

Los vecinos de la Villa de Alcoy estaban acostumbrados a batallar ya que era frecuente que se formasen compañías de aventureros que se aprestaban a tomar cautivos sarracenos que eran vendidos en los mercados de esclavos, con el beneplácito del monarca, siempre que se tratase de musulmanes enemigos (los de la “buena guerra”).

El caudillo árabe Abú-Abadalá-ben-Huzdail, conocido como Al-Azraq (“el Azul” en árabe, por el color de sus ojos), señor de la “Vall d’Alcalá” y originario de Alcalá de la Jovada, había liderado anteriormente una revuelta contra la dominación de las huestes de Jaume I, sufriendo el exilio al ser derrotado en la contienda. A su regreso de tierras andaluzas en 1276 con un poderoso ejército formado por unos doscientos cincuenta jinetes, toma el liderazgo del gran alzamiento mudéjar en la actual provincia de Alicante el cual sería la última oportunidad para los antiguos pobladores de intentar recuperar su territorio, su patria, pocas décadas después de su pérdida.

Fija como uno de sus principales objetivos conquistar las villas de Alcoy y Cocentaina, puntos estratégicos para el control de la zona. Avanza con sus tropas hacía Alcoy, decidiendo acampar en sus proximidades, concretamente en un barranco situados a los pies del antiguo asentamiento íbero del Puig, donde pasarán la noche a la espera de atacar la ciudad. Al alba, con las primeras luces, avanza con parte de sus fuerzas en dirección a la villa, dejando apostadas en dicho barranco al resto. Era la mañana del jueves 23 de abril y los alcoyanos estaban iniciando su jornada congregados en la iglesia oyendo misa. Tan pronto escucharon los gritos de los musulmanes que trataban de asaltar la muralla en su flanco oeste, concretamente por el portillo de San Marcos, acudieron prestos en masa a defenderla liderados por el clérigo Mossén Torregrosa, quien invocó la ayuda del santo del día: San Jorge.

La superioridad de las fuerzas mahometanas era evidente, presagiándose un triste final para los defensores de la cruz, pero según cuenta la leyenda, en esos momentos críticos apareció un caballero sobre las almenas del castillo en un blanco corcel y una cruz en el pecho quien, lanzando nubes de saetas, causó grandes bajas entre los asaltantes. Los musulmanes lo identificaron con Wali, guerrero sagrado de su religión y los cristianos con San Jorge o Sant Jordi.

Al-Azraq fue alcanzado por una de las saetas lanzadas pereciendo en la contienda, lo que propició que cundiese el pánico entre los sarracenos al quedarse sin líder que los guiase, decidiendo huir en desbandada a la búsqueda de sus compañeros que habían quedado apostados en el barranco. Los caballeros enviados por el rey, envalentonados por la exitosa defensa de la fortificación, decidieron cabalgar tras ellos para culminar su victoria, cayendo finalmente en una inesperada emboscada, pereciendo la mayor parte de ellos y siendo el resto apresados para pedir un rescate o ser vendidos como esclavos. A partir de ese momento dicho barranco pasó a denominarse “Barranco de la Batalla”.

La muerte meses después de Jaume I en Alzira (27/07/1276), cuyas causas nunca han quedado probadas, fue justificada por algunos por la gran tristeza que le causó la suerte de aquellos buenos caballeros a los que los musulmanes habían dado muerte o apresado en las batallas de Alcoy y Luchente, legando para el rescate de los supervivientes 5.000 sueldos.

A partir de aquel día los alcoyanos, en agradecimiento por su intervención frente a las huestes musulmanas, decidieron nombrar patrón a San Jorge y encomendarle la protección de la población. En un principio la festividad de Sant Jordi se celebraba con actos solamente religiosos, pero poco a poco se fueron incorporando otros actos populares como concursos de tiro de ballesta y arcabuz. Hay que destacar que, hasta el siglo XIX, la imagen a la que se rendía culto era la misma que en el resto del Oriente y Occidente católico, la de San Jorge y el dragón. Será a partir de 1810 cuando aparecerán las primeras representaciones del Santo sustituyendo en sus manos la lanza por las saetas y a sus pies, el dragón por los musulmanes, naciendo así la figura del “San Jorge matamoros”.

Existen unas primeras referencias, datadas en el año 1511, donde las autoridades municipales de Alcoy añaden el uso de "tamborinos" (música), juegos populares y "concursos simulando combates", a la ya tradicional celebración religiosa en honor a San Jorge. En 1552, se introduce el arcabuz a la fiesta. En 1574 se registraron 250 ballestas, 225 arcabuces y 210 picas. El documento mejor conservado en el que se citan las fiestas data de 1668, cuando el cronista Carbonell en su libro “Célebre centuria”, habla de las celebraciones en honor a San Jorge y por la expulsión de los musulmanes, con aparición de dos compañías, una de “Moros-Christianos” y otra de “Cathólicos-Christianos”, que constituyen el origen de las veintiocho filaes actuales.

Esta hazaña histórica fue la que dio origen a las Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy, las cuales se han venido celebrando en la población de manera casi ininterrumpida año tras año. En 1965 fueron declaradas de Interés Turístico y en 1980 se les concedió la consideración de Fiestas de Interés Turístico Internacional, convirtiéndolas en referente en su género a nivel nacional.

Aprovecho la ocasión para aconsejar a todos aquellos lectores que no las han disfrutado nunca, que reserven un hueco en su agenda en el mes de abril para disfrutar de la “trilogía festera” de Alcoy, donde el fervor y dedicación de un pueblo entregado se transforma en la espectacularidad y marcialidad de todos los actos lúdicos que se desarrollan en sus calles más céntricas, rememorando la contienda vivida y aquí narrada, para el deleite de vecinos y visitantes.

                                                     - juancarl 20/18 -

 






 

viernes, 13 de abril de 2018


Numancia, ejemplo heroico de lucha y resistencia de un pueblo libre en defensa de su identidad:

 Hispania, s. II a.C. Numancia, destacado asentamiento celtíbero del norte de la Península Ibérica (ubicada muy próxima a la actual Soria) se convirtió por su aguerrida resistencia en una pesadilla para Roma, ocasionándole una demora en su conquista de Hispania.

Tras la victoria romana en la Primera Guerra Celtíbera, los tratados establecieron entre otras exigencias la prohibición de fortificar poblados, circunstancia que los habitantes de Segeda incumplieron según los romanos al iniciar la construcción de una nueva muralla perimetral que ampliaba el área urbanizada. El senado romano, en el año 153 a.C., con la intención de hacer cumplir lo acordado y al mismo tiempo infligir un escarmiento que disuadiese de acciones similares al resto de pueblos, mandó al cónsul Quinto Flubio Nobilior con un numeroso ejército de 30.000 soldados. Ante la llegada de tal contingente militar, los segedenses decidieron abandonar sus casas y pertenencias y buscar refugio en la vecina población de Numancia, uniendo ambas fuerzas armadas conformando así un contingente de 25.000 soldados que obtuvieron una gran victoria frente a las fuerzas romanas, las cuales cayeron en una emboscada que les supuso la pérdida de más de 10.000 soldados.

Distintas victorias posteriores de los numantinos frente a los romanos en el 139 a.C. y el 138 a.C. catapultaron el prestigio de Numancia como un auténtico icono de resistencia hispana, condición que perduraría durante dos décadas.

Nuevamente el senado romano, para combatir las humillaciones sufridas, decidió enviar en el 134 a.C. a su más prestigioso y capaz general, Publio Cornelio Escipión Emiliano, héroe laureado tras la conquista de Cartago, el cual se puso al frente del ejército que intentaba someter la ciudad en octubre. Lo primero que hizo fue reorganizar las legiones ya que, después de veinte años de derrotas y fracasos, los soldados estaban de desmotivados y abatidos. Recibieron nuevamente una estricta instrucción militar, basada en un duro entrenamiento físico junto a un austero régimen alimentario, que dio por resultado disponer de efectivos bien preparados, disciplinados y motivados. Parte de ese duro entrenamiento físico consistió en la construcción de las empalizadas y zanjas necesarias para el asedio que tenía planeado el afamado general, el cual estudiando los fracasos de sus antecesores en los que había quedado demostrado que en combate abierto era muy difícil doblegar a los numantinos, decidió cercar herméticamente la ciudad y esperar que la falta de alimentos y las enfermedades decidiesen la contienda.

Para asegurar la efectividad del asedio, se establecieron siete campamentos romanos perimetralmente a las defensas numantinas donde se acuartelaron las tropas, los cuales fueron unidos por muros de piedra y tierra (vallum) de dos metros de ancho, tres de alto y de nueve kilómetros de largo, precedido con un foso profundo y una empalizada, con torres de madera de varios pisos de altura cada treinta metros, dotadas con catapultas, ballestas y otras armas de asedio que sirvieran para atacar desde la distancia y comunicadas entre ellas por un eficaz sistema de señales basado en el uso de banderas rojas de día y antorchas de noche. A diferencia de sus predecesores y siendo consciente del punto más vulnerable del cerco (el cauce del río Duero), ideó un sistema de bloqueo con rastrillos pendientes de dos torres el cual imposibilitaba la entrada o salida de pequeñas embarcaciones con víveres o refuerzos, convirtiendo el cerco en un cinturón casi impenetrable.

Escipión Emiliano disponía de 60.000 efectivos para conseguir su objetivo, la rendición incondicional de Numancia. Estratégicamente y dada su experiencia previa, dividió sus fuerzas destinándolas a distintos fines (defensa del cerco, caballería de intervención rápida, cuerpos de reserva, …), pero evitando siempre el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los celtíberos para evitar darles a los sitiados la opción de morir en combate, algo muy duro para el concepto celtibérico de honor. Además, los romanos tenían orden de repeler los ataques, pero no debían matar a los atacantes ya que un numantino vivo a diferencia de uno muerto, necesitaría agua y comida, precipitando en el tiempo la caída de la ciudad.

Los sitiados esperaban que el clima, como había ocurrido en otras ocasiones, jugase a su favor. Que el duro invierno soriano, largo y frío, mermase la moral de las tropas romanas haciendo fracasar el asedio, aunque esta vez no fue así. Consiguieron puntualmente mandar un pequeño comando rompiendo el duro cerco a otras ciudades celtíberas pidiendo ayuda, la cual nunca llegó. Sus vecinos tenían miedo a las represalias de Escipión Emiliano y no les auxiliaron. Únicamente encontraron algo de respaldo en el pueblo de Lutia, donde 400 jóvenes se ofrecieron a acompañarles para ayudarles cuando regresaran a Numancia una vez terminado su recorrido por territorio aliado, pero algunos ancianos temerosos de las seguras represalias romanas, se desplazaron al campamento de Escipión Emiliano denunciando lo acordado. Al amanecer siguiente las tropas romanas cercaron el pueblo, identificaron a los jóvenes voluntarios y cual vulgares ladrones les cortaron las manos ante la horrorizada mirada de los vecinos. La propagación por la comarca de lo sucedido frustró aún más las esperanzas de los numantinos de conseguir ayuda, decidiendo los seis componentes del comando de reclutamiento regresar a su ciudad, sabiendo que pronto se convertiría en su tumba.

Tras duros meses de asedio, a mediados del verano de 133 a.C. los pocos supervivientes de la ciudad devastada se rindieron. Del total de sus habitantes (se calcula unos 4.000 contendientes y otros tantos familiares), muchos murieron de hambre, otros decidieron suicidarse en masa antes que caer en manos de los romanos (cuentan las crónicas romanas, con tremendo dramatismo, como los padres dieron muerte con sus espadas a sus hijos y esposas antes de suicidarse). La imagen de los supervivientes impactó a las tropas romanas. Parecían salir del mismo infierno con los cabellos largos y sucios, cubiertos con harapos, desprendiendo olor a podredumbre, con los ojos enrojecidos, los labios cortados y llenos de llagas, sus dientes mellados y amarillentos, uñas largas, … Pero según relataron romanos allí presentes, lo que más les impresionó fue su penetrante mirada cargada de rencor que transmitía un odio eterno a Roma.

El final de los supervivientes, fue dispar. Los heridos y enfermos fueron eliminados, siendo vendidos el resto como esclavos. Escipión Emiliano se guardó cincuenta hombres utilizándolos como trofeos de guerra, presentándose en Roma con ellos para demostrar su victoria y celebrar su triunfo.

Tras la conquista de la ciudad, fue saqueada y arrasada, ordenándose la demolición total de ésta, como queriendo borrar todo rastro de lo allí ocurrido, y prohibiéndose su reconstrucción (aunque finamente resurgiría de mano de los romanos años después).

Cronistas e historiadores fueron los encargados de difundir la gesta de los numantinos, ya no por convertirlos en símbolo de la resistencia llevada a sus últimas consecuencias sino para, ensalzando su valor, dar más importancia a la victoria romana. Autores como Apiano se admiraron del “amor a la libertad” de sus pobladores y destacaron su tenaz resistencia frente a las legiones romanas. El historiador Floro equiparó Numancia con las más grandes ciudades por su valor y fama. El mismo Plinio el Viejo y también Estrabón se hicieron eco del drama de la ciudad.

Actualmente, el yacimiento arqueológico de Numancia es el mejor conservado de Celtiberia y el que más información respecto a sus pobladores nos ha ofrecido. Ha sido reconstruido parcialmente (alguna casa, tramo de muralla, torre de madera, …) para mejorar su función didáctica para los visitantes. En él se puede contemplar restos de las dos ciudades superpuestas, la celtíbera y la romana, construida sobre la primera, de la que quedan también restos y vestigios.
 

                                                                     -          juancarl 20/18 -








 

viernes, 6 de abril de 2018

“Revolución del Petróleo”, cuando el concepto de huelga general llegó a España:

Alcoy (Alicante), julio 1873. Centro industrial de la producción textil española, la ciudad de Alcoy albergaba por esas fechas un movimiento asociacionista obrero desconocido hasta el momento, el cual aspiraba a conseguir una mejora en la vida de los asalariados industriales, los cuales, vivían y trabajaban en pésimas condiciones. 

Respecto a la vivienda, la ciudad, superpoblada, les ofrecía en la mayoría de las ocasiones habitáculos húmedos y oscuros de reducidas dimensiones que debían dar cobijo a familias completas sin mínimas condiciones de salubridad. Respecto al trabajo en las industrias, las jornadas laborales eran interminables (entre 12 y 16 horas al día) tanto para adultos como para niños (estos últimos, empezaban a trabajar a los 6 años si eran varones y de los 8 si eran féminas, cobrando una quinta parte de salario que los adultos). 

A raíz del Congreso de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores) celebrado en enero de ese mismo año en Córdoba, se traslado a Alcoy la sede de la Comisión Federal de la AIT en España, lo que alentó el asociacionismo obrero en la población. La patronal, para contrarrestar esas instituciones obreras reivindicativas, patrocinó la fundación del Círculo Católico de Obreros, el cual actualmente sigue existiendo.

Desde varios meses atrás, los trabajadores alcoyanos empezaron a demandar la reducción de la jornada laboral a 8 horas diarias y el incremento de un 20% de los ínfimos salarios que percibían. Distintas manifestaciones y asambleas se fueron celebrando previas a las fechas de la revuelta, sin conseguir resultado alguno, ya que la patronal no manifestaba intención de atender dichas demandas.

El 7 de julio, tras una asamblea de trabajadores que tuvo lugar en la plaza de toros de la población (hoy desaparecida), acordaron declarar una huelga general para el día siguiente. Solicitaron la intermediación del alcalde de la población para intentar convencer a los patronos y poder así evitar tomar la medida, pero no se consiguió. Durante la jornada del martes 8 de julio, unas 10.000 personas secundaron la huelga general convocada pero no hizo cambiar en su parecer a la patronal, la cual veía desproporcionadas las demandas planteadas. El propio alcalde dictó un bando municipal pidiendo que se evitasen las violencias, el cual dejó defraudados a los obreros.

Tras el fracaso de la medida y alentados por los dirigentes locales de la AIT, en la mañana del día 9 de julio una comisión de los obreros se reunió con el alcalde en el consistorio para demandarle que dimitiese y cediera el bastón de mando a los dirigentes obreros. Durante la reunión, unos 2000 asalariados esperaban impacientes las noticias congregados en la plaza central de la población, situada frente al Ayuntamiento. Dirigentes obreros iban transmitiendo las novedades sobre lo tratado en la sede municipal a sus compañeros agolpados en dicha plaza.

Ante la inquietud manifiesta de los congregados tras horas de espera y las malas noticias que recibían de lo que se estaba tratando de puertas hacia adentro, los guardias municipales, siguiendo órdenes del la alcaldía, procedieron a dispersar la concentración recurriendo al uso de la fuerza ante la negativa de los obreros a abandonar sus posiciones, llegando a disparar sus armas reglamentarias contra la multitud, causando dos fallecidos y varios heridos.

La masa obrera, viendo la situación, reaccionó construyendo barricadas en los accesos a la plaza y tomando las armas para hacer frente a las fuerzas del orden. Una vez abandonaron la casa consistorial los dirigentes obreros, se cerraron las puertas para evitar que los exaltados pudiesen acceder permaneciendo en las instalaciones el alcalde con un número importante de guardias municipales. Desde el campanario de la Iglesia de Santa María, situado también en la misma plaza, un grupo de guardias  municipales tomaron posiciones para hacer frente a los amotinados parapetados en las barricadas, estableciéndose un intenso fuego cruzado entre ellos. 

La situación era tensa, el alcalde esperaba la llegada de los refuerzos militares solicitados telegráficamente el mismo día de la huelga general al gobernador de Alicante D. José Mª Morlius, consciente que no podría resistir mucho tiempo con los medios de que disponía. Los obreros, además de asediar la plaza desde las barricadas, tomaron las calles de la población deteniendo a un gran número de propietarios de industrias y gente acaudalada a la que fueron exigiendo para su liberación un rescate que ayudó a sufragar a los huelguistas. Además, incendiaron varios locales industriales y viviendas utilizando para ello petróleo (lo que daría nombre a su revolución), cuyo olor característico se percibió durante varios días por toda la ciudad, según relatarían testigos de los hechos.

Nos vamos a detener un momento para profundizar en la figura del alcalde, cargo ocupado en aquellas fechas por Agustín Albors Blanes (Alcoy, 1822-1873), político español también conocido como “el Pelletes” y miembro del Partido Republicano Federal, el cual proclamó la Primera República Española en la ciudad, siendo en dos ocasiones nombrado alcalde de la misma. En su última etapa, desde febrero de 1873, parece ser que al haber perdido apoyos dentro de su propio partido por discrepancias de actuación había manifestado su intención de dimitir del cargo, cosa que no llegó a suceder, quizás por la precipitación de los hechos y de su propio final.

Tras veinte horas de asedio y el incendio de las construcciones colindantes con la Casa Consistorial, el día 10 de julio los sitiados capitularon y permitieron el acceso de los amotinados al edificio. Los apenas diez guardias municipales que se habían hecho fuertes en el campanario, al quedarse sin munición, también decidieron entregarse. 

La multitud tomó el Ayuntamiento, terminando con la vida tanto del alcalde como de algunos de los agentes municipales. Y aquí las crónicas narran dos versiones distintas: una relata que Agustín Albors, cuando se vio rodeado en estancias municipales, hizo uso de su pistola siendo abatido por los amotinados. La otra que durante  las horas de asedio, y con la intención de buscar una vía de escape al sitio y al fuego, empezaron a taladrar los muros que separaban el edificio municipal de las viviendas colindantes, llegando a cruzar toda la manzana, siendo localizado y asesinado en su huída. La cuestión es que, una vez muerto, el cuerpo del alcalde fue arrastrado para el disfrute de la enaltecida multitud por las principales calles de la ciudad cual trofeo, sufriendo todo tipo de mutilaciones (tal como indica su propia lápida funeraria).

Rápidamente cogió las riendas de la gestión de la ciudad un Comité de Salud Pública presidido por Severino Albarracín, miembro de la Comisión de la Internacional, que detentó el poder durante tres días has que el 12 de julio las tropas enviadas por el gobierno se aproximaron a la población. Durante esos días fueron detenidos un número importante de empresarios acusados de haber disparado contra los manifestantes, siendo liberados una vez restituido el orden público. Una comisión de los sublevados acudieron a negociar para la entrada pacífica de las tropas en Alcoy, proponiendo el desarme voluntario de los obreros, la retirada de las barricadas y la entrega del control al general Velarde (que lideraba el contingente) a cambio de evitar represalias. Esa misma noche los cabecillas de la sublevación abandonaron la ciudad refugiándose en Madrid (donde después serían juzgados y encarcelados) entrando el día 13 de julio el general Velarde con sus tropas en la ciudad rendida sin encontrar resistencia. Cabe señalar que la tardanza en la llegada de los refuerzos solicitados desde Alicante a Alcoy (apenas separadas por 50 km) parece ser que fue debida al temor del general Velarde a que sus hombres se pasasen a los revolucionarios.

Poco duraron las tropas en la ciudad, ya que fueron reclamadas de urgencia para desplazarse hasta Cartagena, donde acababa de proclamarse el Cantón Murciano que daría inicio a la Rebelión Cantonal. Con la precipitada marcha de las tropas, los trabajadores volvieron a hacerse con el control de la población, debiendo acceder los empresario al aumento exigido de salarios, medida que mantuvieron hasta que regresaron los refuerzos.

Tras los sucesos se desató una fuerte represión. Fueron detenidos entre 500 y 700 obreros y de ellos 282 acabaron siendo procesados. A principios de septiembre se presentó en Alcoy un juez instructor acompañado de 200 guardias civiles, que procedieron a detener a cientos de obreros, muchos de los cuales fueron conducidos hasta el castillo de Alicante. En 1876 una amnistía sacó de la cárcel a bastantes de los procesados y en 1881 hubo una segunda amnistía. En 1887 fueron absueltos los últimos veinte procesados, seis de los cuales todavía estaban en prisión, catorce años después de los hechos.

Según las actas del proceso las víctimas fueron quince, trece causadas por los insurrectos —el alcalde Albors; cuatro civiles; un guardia civil y siete guardias municipales, tres de ellos asesinados tras haberse rendido— y dos por los guardias.

Estos trágicos hechos acaecidos en Alcoy tan solo dos años después de la Comuna de París, son considerados por algunos autores como la primera huelga general en nuestro país. Engels dirá que fue “la primera batalla callejera de la Alianza”.

Los restos del alcalde asesinado, pueden visitarse actualmente en el cementerio municipal de la población, concretamente en la galería subterránea (columna 38) a la que fueron trasladados tras el desmantelamiento del antiguo cementerio de San Vicente Ferrer. Es totalmente recomendable la visita al cementerio alcoyano, el cual alberga particularidades únicas tanto por las galerías subterráneas como por su arquitectura y escultura modernista y ecléctica.

                                                          - juancarl 20/18 -