Boabdil
y la rendición de Granada: cobardía o sentido común e instinto de supervivencia
Cuentan las crónicas que desde su
nacimiento fue perseguido por un negro presagio, por lo que fue apodado entre
los musulmanes como el Zogoibi (el desventurado). Astrólogos consultados ante
su nacimiento anunciaron que su único sino sería la pena y el infortunio, ya
que llevaría a la muerte a todos los que le amasen y entre sus manos, la media
luna se terminaría transformando en cruz.
Para no alargarnos en exceso, no
vamos a entrar en detalles de su infancia y juventud, situándonos directamente
en 1491, momento en que el monarca de treinta y tres años debe hacer frente a
la que seguro va a ser la decisión más relevante en su vida. Tras siglos de
reconquista cristiana, la presencia mahometana en esta península del sur de
Europa ha quedado relegada a un reducido territorio que comprende el Reino,
Emirato o Sultanato Nazarí de Granada. El joven emir debe hacer frente tanto a
las ansias de los seguidores de la cruz por finalizar la expulsión de los
musulmanes y ampliar así los dominios de la cristiandad, como a las guerras
civiles internas del reino entre distintas facciones.
Los ejércitos de los Reyes
Católicos, sitian desde abril la ciudad de Granada (habiendo saqueado las zonas
limítrofes para asegurarse que no les puedan llegar ni refuerzos de tropas ni
los imprescindibles víveres para la población que alargarían más tiempo el
asedio). Isabel y Fernando mandan
construir una ciudad junto a la vega granadina para albergar a las tropas
cristianas, la cual será conocida como Santa Fe.
Transcurrida la primavera y el
verano, Boabdil es consciente de la situación crítica que viven: los alimentos
empiezan a escasear y estallan aisladas revueltas lideradas por sus ciudadanos
hambrientos que son sofocadas por sus tropas, con sus limitados destacamentos
es imposible hacer frente a las numerosas fuerzas cristianas que protagonizan
el sitio, la posibilidad de obtener refuerzos desde más allá del estrecho es
impensable al controlar los cristianos la totalidad de los puertos de las costa
de Al-Ándalus,…
Previsiblemente, estas
circunstancias adversas le hicieron decantarse por la opción de, aprovechando sus
dotes de hombre de estado, de buen político y negociador antes que guerrero,
buscar la pervivencia de su pueblo y de su estirpe negociando la rendición de
Granada, rendición no incondicional ya que, mediante las conocidas como
“Capitulaciones de Granada”, se garantizaron derechos generosos para los
vencidos (como la tolerancia hacia la religión musulmana, el respecto a la
vida, a los bienes, a sus leyes, a su lengua,…).
El ansia de los Reyes Católicos
por finiquitar una guerra que ya se alargaba diez años y que estaba suponiendo una
sangría económica (junto con el ansia de pasar a la historia por ser los
monarcas que finalizarían la larga reconquista peninsular) y el sacrificio por
parte de Boabdil de renunciar a su reino y a la Alhambra, palacio-fortaleza que
lo vio nacer, desembocaron en la firma de este tratado en el mes de noviembre
tras arduas negociaciones, estableciéndose un plazo de dos meses para entregar
el control de la ciudad, fijando finalmente la fecha del seis de enero de mil
cuatrocientos noventa y dos.
Pero en previsión de posibles
insubordinaciones o revueltas (que finalmente no llegarían a producirse), dicha
fecha fue adelantada al día dos de enero. Según parece, por consejo del propio
Boabdil, un destacamento de soldados cristianos bien armados entró a escondidas
en la ciudad liderados por Gutierre de Cárdenas, maestre de Santiago y
comendador mayor de León. Pronto se desplegaron por toda la muralla y sus
principales torres, liberando a los presos cristianos allí recluidos. Después
llegó la señal convenida, tres cañonazos y el grueso de las tropas cristianas
accedieron al interior de la urbe.
El emir musulmán con su séquito,
abandonó Granada por callejuelas poco frecuentadas para ir en busca de Isabel y
Fernando, cumpliendo así con lo establecido en los acuerdos para la entrega de
la ciudad. El encuentro se realizó junto
a la actual ermita de San Sebastián (en aquellos momentos rábida o morabito
musulmán). Cuentan las crónicas que se trató de una breve ceremonia entre el
monarca vencido y los reyes victoriosos, desarrollada en un ambiente exento de
humillaciones, reinando la humildad de los protagonistas y el respeto al
vencido (como por ejemplo la negativa del rey Fernando a que Boabdil bajara de
su montura para reverenciarlo, con la famosa mano afectuosa del cristiano
triunfador sobre el brazo árabe derrotado).
Isabel y Fernando, por miedo a
encontrar desórdenes o alborotamientos entre la población musulmana de la urbe
rendida, decidieron una vez finalizado el traspaso de poderes, retirarse nuevamente
hasta Santa Fe, no accediendo a Granada hasta días después. Como curiosidad, para
rememorar este encuentro, cada 2 de enero, justo a las tres de la tarde, las
campanas de la Catedral de Granada tocan tres campanadas.
Hasta aquí podríamos decir que
hemos expuesto lo más conocido, lo que suele aparecer en los libros texto
formativos. Pero ¿qué pasó después de esto con Boabdil y los suyos? Pues bien,
dentro de lo acordado para la rendición de Granada, los Reyes Católicos le
concedieron un Señorío en las Alpujarras (concretamente en Laujar, actual
Andarax) donde retirarse con sus seguidores. La famosa rendición de Granada,
técnicamente más que una rendición fue una venta, ya que el jerarca nazarí
recibió una gran suma de oro (se especula con 30.000 castellanos de la época,
equivalentes a unos 138 kilos del preciado metal).
Siguiendo con lo acordado,
Boabdil y sus huestes emprendieron la marcha hasta su nueva morada de noche,
cargados con sus enseres y su cuantioso botín que le garantizaba seguir con una
vida acomodada a partir de ese momento. Pese a la popularidad de las palabras
teóricamente pronunciadas por Aixa, su madre (“Llora como una mujer lo que no
supiste defender como un hombre”), no existe crónica alguna que lo
autentifique, siendo más fruto de la creatividad de don Antonio de Guevara
Noroña, Obispo de Guadix, quien muchos años después, cuando le relató la
historia a doña Isabel de Portugal en su visita a Granada, incluyó está
memorial frase para quizás ensalzar más la victoria cruzada.
Los Reyes Católicos, temerosos de
futuros levantamientos de la población musulmana reclamando la vuelta de su
Emir, exigieron como garantía el retener a 600 nazaríes, hijos de gente
principal entre los que se encontraban dos hijos de Boabdil (Yúsef y Ahmed),
los cuales llevaban ya años presos apartados de su familia.
Según cuenta la leyenda, una vez
embarcados, Boabdil lanzó su espada al mar y prometió volver a buscarla algún
día, promesa que no pudo cumplir.
Su destino fue el puerto de
Cazaza (a unos 15 km de Melilla), donde les esperaban una escolta del Sultán de
Fez, quien gustosamente le había manifestado su aprobación para que
establecieran su nueva estancia en sus dominios, concediéndoles solares para
que se construyeran sus casas (emplazamiento que actualmente todavía es
conocido como el barrio granadino).
Su nueva vida, establecido en
Fez, discurrió de forma tranquila, apartado de la vida política (aunque ejerció
de consejero del sultán). En 1533, encontró la muerte en plena batalla defendiendo
la ciudad que le albergó en su día frente a las tropas jerifes.
Su cuerpo fue enterrado en una
musalla (ermita, templete) cercana a la
Puerta de la Justicia de la medina de Fez.
Aquí termina esta exposición en
la que he querido tratar la parte menos conocida popularmente de un personaje
histórico de renombre, de un líder que, aunque pasó a la posteridad como falto
de coraje y valor, quizás no fue justa la etiqueta que se le asignó.
Quizás jamás sepamos realmente
qué le movió a tomar la decisión que tomó respecto a Granada, lo que sí que es
cierto es que con esa dura decisión evitó la muerte segura de miles de
granadinos (y de cristianos atacantes).
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juancarl 20/18-