lunes, 17 de junio de 2019


La isla de los “no” famosos: el infierno francés en Cabrera (1809-1814):

Tras los trágicos sucesos vividos el 2 de mayo de 1808 en la capital, se extiende por el territorio el levantamiento de los españoles frente a las tropas napoleónicas de ocupación. El 19 de julio de ese mismo año acontecerá una gran batalla en Bailén que será determinante para el conflicto. El potente e invicto ejército imperial francés liderado por el general Pierre Dupont se enfrentará a las tropas españolas encabezadas por el general Francisco Javier Castaños.

Pese a la mayor experiencia bélica de los galos, las habilidades tácticas de los españoles determinan el resultado. Las temperaturas extremas del verano andaluz mermaron las fuerzas de unos soldados que estaban habituados a combatir en condiciones climáticas más suaves, haciendo mella en ellos los efectos de la deshidratación. Esas mismas temperaturas redujeron la efectividad de la artillería francesa debido al sobrecalentamiento de los cañones, reduciendo así su operatividad. Estos aspectos junto a las maniobras del ejército del general Castaños que les impidieron desplegarse convenientemente para hacer frente a la irregular caballería española, hicieron cundir el pánico y la desesperación entre las tropas napoleónicas, sentenciando la derrota francesa.

El general Dupont se vio obligado a pactar una rendición (Capitulaciones de Andújar) para evitar la aniquilación total de sus tropas.

Aunque inicialmente se acordó que los franceses serían desarmados y repatriados a su país, finamente la Junta Suprema de Sevilla decidió no cumplir con lo pactado y decretar el cautiverio de los miles de supervivientes galos (para evitar que a su llegada a Francia se reincorporasen al ejército pudiendo reforzar la campaña que había emprendido el propio Napoleón tras conocer la derrota de Bailén, el cual cruzó los Pirineos al mando de 65.000 hombres).

Únicamente los jefes y oficiales presos fueron trasladados por barcos ingleses a Francia, siendo acusados a su llegada por órdenes de Napoleón de ser responsables de la humillante derrota, sufriendo las consecuencias (el propio general Dupont fue degradado, privado de todos sus títulos y condecoraciones y recluido en prisión).

El resto de tropa y suboficiales, fueron trasladados a puntos de embarque (Cádiz y Sanlúcar), padeciendo por el trayecto todo tipo de maltrato y humillaciones por parte de una población civil sedienta de venganza por los abusos cometidos por los invasores.

Durante varios meses, fueron hacinados en pontones (prisiones flotantes) anclados frente a las costas españolas, siendo pastos de epidemias como la disentería, de la malnutrición, y de los malos tratos hasta que finalmente las autoridades competentes decidieron distribuirlos por los archipiélagos españoles para mitigar el problema.

Alrededor de 4000 fueron enviados al archipiélago canario, donde terminarían integrándose entre la población local. Los restantes (alrededor de unos 10000) no resultaron tan agraciados al ser enviados al archipiélago balear.

Tras un tormentoso viaje, llegaron a Palma de Mallorca donde se tenía pensado distribuirlos igual que se hizo en Canarias, resultando imposible ante la negativa de las autoridades y población de la isla, temerosas del contagio de epidemias. La misma situación se dio en Menorca, viéndose obligados a desembarcarles en la isla de Cabrera, opción viable por su condición de deshabitada.

La isla de Cabrera se encuentra a unos 25 km al sur de Mallorca, siendo la de mayor extensión entre un conjunto de peñas e islotes que conforman el conocido archipiélago de Cabrera. Con una superficie de apenas 16 kilómetros cuadrados presentaba idílicas playas, calas y aguas transparentes, que acabarían convirtiéndose en una prisión natural y un infierno en la tierra para los penados, siendo considerada por muchos historiadores como el primer campo de concentración de la historia.

Tras descargar tan especial mercancía, los navíos españoles abandonan la isla dejando a esos miles de desdichados solos frente a su destino, en un hábitat incapaz por sus recursos naturales de garantizar la manutención de unas pocas almas, al carecer de alimentos naturales, productos de caza (algunos conejos o unas pocas cabras) e incluso de agua potable (apenas un pequeño manantial con un mínimo caudal).

Entre los nuevos habitantes de la isla, se encuentran un escaso número de mujeres que lamentablemente terminarán recurriendo a la prostitución para conseguir algún alimento.

Tras inspeccionar la isla, descubren el pequeño manantial (incapaz de proporcionar la cantidad necesaria de tan preciado y necesario recurso hídrico para tantos huéspedes), las ruinas de un antiguo fortín, y una gran variedad de cuevas y oquedades en la roca que pronto serán utilizadas para varios usos.

Pensando que pronto serías reembarcados y llevados a su país natal, los franceses arrasan con los pocos recursos que encuentran. La llegada de una chalupa con unos pocos alimentos, les hacen replantearse sus positivos augurios. Dicha chalupa, proveniente de Palma, les facilitará cada cuatro días víveres para la subsistencia (en cantidades claramente insuficientes).  Aceite, habas y pan con moho constituían el menú diseñado para esas almas en pena. Pronto el hambre empezó a reducir drásticamente el número de vecinos del lugar, campando por aquello lares libremente la disentería y el escorbuto.

Entre los presos, se organizaron para distribuir de la manera más óptima sus recursos, eligiendo un consejo de doce miembros, el cual intentó establecer cierta disciplina/justicia entre los soldados, organizar turnos de pesca, distribución de la escasa agua de la que disponían, intentar producir mediante semillas productos agrícolas que complementasen los recurso alimenticios facilitados, construir algunas cabañas, establecer un improvisado hospital para la atención de los más enfermos, habilitar una zona para la sepultura de los fallecidos (aunque ante la carencia de palas optaron por ir incinerándolos cada cierto tiempo) e incluso se habilitó un espacio como teatro en el que distraerse en sus muchas horas muertas de espera.…

Durante los cinco años que estuvo en uso la isla como penal, fueron llegando nuevos grupos de prisioneros franceses procedentes de distintos puntos de la península, agravando la escasez alimenticia.

Según relataron los pocos supervivientes, los franceses agudizaban el ingenio para conseguir cualquier cosa que prolongase su existencia, aunque fuese un día más, como por ejemplo falseando los recuentos realizados destinados a concretar la cantidad exacta de alimento (volviendo al comienzo de la fila, aunque fuera nadando para que los volviesen a contar), recurriendo a la ingesta de lagartijas e insectos varios que saciara su necesidad de proteínas, …

Inicialmente, los más enfermos fueron trasladados por los españoles a hospitales de Palma y Mahón hasta su recuperación, momento en que eran devueltos a Cabrera con ropa nueva y bien alimentados. Pronto se generalizaron las automutilaciones con la finalidad de poder abandonar, aunque fuese por unas semanas, aquel infierno, lo que hizo replantearse a las autoridades de Palma la suspensión de dichos traslados, prometiendo la construcción allí en Cabrera de un hospital para atenderlos el cual nunca se llegó a habilitar.

Durante todo el tiempo de reclusión, se producen varios intentos de fuga por parte de los desesperados reos franceses, fracasando la mayor parte de ellos y lo que es peor, provocando como represalia el retraso de la llegada de víveres a la isla, lo que acelera las muertes.

Tanto los propios ingleses como los españoles que vigilan la isla, donan o intercambian alimentos con los desdichados presos. Los isleños negocian con minerales encontrados en grutas, castañuelas, tenedores y cucharas talladas en madera de boj, los únicos bienes que poseen.

Podríamos decir que se creó una pequeña sociedad urbana en la isla durante la forzada ocupación, diseñando calles para las chozas y una plaza central en la que reunirse denominada Palais-Royal. Además de habilitar la zona hospitalaria para los enfermeros, también habilitaron una zona rocosa para excluir al gran número de compañeros presos de la locura, enfermedades crónicas o de sus malas prácticas (robos).

Se establecieron ciertas diferencias sociales entre distintos colectivos entre maestros, oficiales, aprendices y la corte de pobres, lo que genero envidias, violencia (que en situaciones extremas llega a asesinar a compañeros para calmar su hambre mediante prácticas de canibalismo).

Para darles consuelo espiritual, fue destinado en la isla un capellán llamado Daniel Estelrich, quien convivió con los presos hasta su liberación, la cual se produjo a partir del 16 de mayo de 1814, una vez terminada en abril la Guerra de Independencia española con la derrota de Napoleón.

Previo a embarcar para su repatriación, decidieron los escasos supervivientes prender fuego a los cobertizos y utensilios allí utilizados, quizás como una forma de borrar toda huella de su desgraciada presencia en la isla y quién sabe si también en sus mentes.

Los franceses que regresaron a su país: hombres enfermos, escuálidos y con grandes problemas psicológicos nunca olvidarían el trágico episodio vivido en la ínfima isla.

Actualmente, en la isla de Cabrera (propiedad del Ejército Español, quien mantiene allí a un pequeño destacamento) podemos encontrar una estela de granito conmemorativa de los hechos relatados en la que se puede leer “A la mémoire de Francais á Cabrera”. Sería en mayo de 2009 cuando los ejércitos francés y español rindieron homenaje a la memoria de los caídos allí en Cabrera.

Esta triste mancha en la historia contemporánea de nuestro país nunca debe olvidarse, al vencido nunca hay que masacrarlo (se calcula de por la isla pasaron un total de 11381 soldados de los cuales únicamente sobrevivieron una cuarta parte). Sin querer justificar este lamentable calvario, imagino que el odio que sentían nuestros antepasados hacia las tropas francesas por la multitud de abusos cometidos durante la ocupación de nuestro país, fue determinante para actuar de la forma que se hizo con estos prisioneros. Tampoco es comprensible, con la información de la que disponemos, que Napoleón siendo consciente del infierno que estaban viviendo sus soldados, no plantease una negociación u operación de rescate, ya que únicamente estuvieron vigilados por un bergantín inglés y un par de cañoneras españolas.

Por último, destacar que, gracias a la tradición oral del país galo, tristemente todavía se les sigue “amenazando” a muchos niños que, si se portan mal, se irán a “Cabrera”.

 

      -- juancarl 20/19 --